¡Nunca más!


A poco más de un año del 11 de enero de 2007 las profundas heridas que dejó este luctuoso día aún perduran en la mente colectiva de la población.
El resultado obtenido fue reflejo de la mala lectura de la realidad por parte del gobierno, de las posturas radicales, del racismo (por parte de ambos bandos) y por supuesto la intolerancia.
¿Fue una guerra civil? Las definiciones comunes denominan guerra civil a cualquier confrontamiento bélico cuyos participantes no son en su mayoría fuerzas militares regulares, si no que están formadas u organizadas por personas generalmente de la población civil. Su característica más común es que el conflicto armado se desarrolla en un mismo país, enfrentándose entre sí personas de un mismo lugar: ciudad, pueblo, comunidad, defendiendo, generalmente, dos ideologías o intereses distintos (Wikipedia). En otros criterios las guerras civiles deberán de durar un cierto tiempo que haga – desde cierta óptica – permanente el enfrentamiento.
Por conclusión lógica y en el enfoque de la primera parte de la definición el 11 de enero sí tuvo características de una guerra civil cuando grupos de ciudadanos se enfrentaron en la Plaza de las Banderas, sin embargo bajo la última lógica (referida a lo temporal) más fue un choque entre civiles.
De una u otra forma el 11 de enero fracturó radicalmente a Cochabamba, todos tuvieron culpa: el Gobierno tuvo responsabilidad por sostener a grupos de campesinos en la ciudad exigiendo la renuncia de una autoridad legalmente elegida, los grupos cocaleros a su turno demostraron intolerancia al agredir a quienes caminaban por su propia ciudad solo por el hecho de usar corbata, la provocación realizada el día 10 al impedir con machete y palo en mano la reunión convocada por el Comité Cívico, la reacción desmedida de los vecinos y por supuesto la violencia generada, todo tuvo sus resultados.
Se incendiaron los ánimos desde las bases sociales, desde instancias gubernamentales, desde los gobiernos departamentales y hasta desde las mesas de familia, todos deseaban que “algo pase” pero una vez que sucedió nadie dijo nada. La iracunda reacción dio paso a la más profunda de las culpas… nos equivocamos todos y quien perdió fue la unidad del país a costa de la sangre de tres bolivianos que dieron su vida para nada.
El desarrollo de los pueblos, su avance y sostenibilidad, su madurez, su posición en el mundo, su unidad y por supuesto el bienestar de su gente se lo define en actos de real heroísmo, de inteligente accionar y dedicado trabajo, en los más de estos casos no se requiere violencia.
Las luchas políticas y la violencia no se justifican ante el llanto de una madre o la ausencia de un padre, las masas humanas que provocan no se responsabilizan por el daño a los bienes públicos o privados, poco piensa quien golpea. La violencia nunca es el camino.
Bolivia es un país que en el contexto internacional no suena ni truena, y si lo hace es por problemas (enfrentamientos, muertos, conflictos, bloqueos), debemos cambiar el norte de nuestro país y visionar un futuro juntos, cuán hermoso resultaría sentirse orgulloso de ser boliviano cuando se hable de nuestro país haciendo referencia a desarrollo humano, higiene, educación, organización, trabajo bien hecho, responsabilidad social, acceso a servicios básicos, buen sistema de salud, trámites ágiles, libre circulación y cuántas cosas más con las que quisiéramos identificarnos.
.¡Nunca más debe de repetirse lo vivido el 11 de enero de 2007!, ¡nunca más nuestros hermanos deben de enfrentarse!, debemos apuntar a una paz duradera evitando siempre la violencia, bien lo decía Juan Pablo II cuando indicaba las cuatro condiciones para sostener la paz: Verdad, justicia, amor y libertad. Respetemos esto.

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