¡Exijo mis derechos!


Como todo ciudadano, bajo o alto, gordo o flaco, pobre o rico, blanco o negro, multi o pluri, tengo derechos que deben de ser cumplidos por las autoridades públicas y por mis otros conciudadanos. Pero en este conglomerado de derechos, de obligaciones y de la búsqueda, constante e imperfecta, de la convivencia social, se presentan cuadros que nos retornan a una realidad que más nos acerca a seguir siendo un país subdesarrollado.
Me referido, para aterrizar de manera más concreta en alguna parte de la multiplicidad de problemas que hoy enfrentamos, a lo acaecido hace algún tiempo cuando un micro atropelló a unos transeúntes con fatales consecuencias. Este luctuoso hecho, independientemente de sus particularidades, arrojan al ruedo del análisis una serie de problemas con los que nos tropezamos a diario y que, para referir de manera inequívoca a dos de los más notorios, me atrevo a reflexionar:
El conducir temerario de los micreros: Para nadie es secreto que el transporte público apesta, que los choferes manejan como si llevasen adobes, que los olores (pasajeros incluidos) en un micro son altamente contaminantes, que el conductor – salvo pocas excepciones – no tiene un rango adecuado de educación, que las unidades de transporte más parecen propias de La Habana cubana (donde hace mucho que no ingresa un vehículo moderno) que las de un país que – supuestamente – trata de mejorar. Nada de esto es secreto, lo sabemos todos, al igual que sabemos que muchos nos vemos obligados a usarlo porque acceder a un taxi sería muy oneroso. En estas lides el chofer que logre “mamar” al oficial de tránsito, es un “vivo” y todos los festejan, el que puede “ganarle” al otro para recoger más pasajeros es más “útil”, en pocas palabras: discutir sobre seguridad, higiene y educación, es un tema que no cuadra. Para no parecer muy crítico: ¿la solución? , ¿quizás privatizar el servicio de transporte?, ¿mayor control?, ¿quizás todas las anteriores?
El caos del comercio informal: Otro gran tema es que evidentemente las caseritas han copado las aceras y se han instalado en las calles de la ciudad, sus productos, tanto así como sus guaguas que hacen sus necesidades incluso a vista y paciencia del cliente, ocupan espacio y el caos y desorden en este lugar, únicamente es soportable por los precios económicos que ofertan. De la higiene ni hablar, mejor callar, porque bien puede uno pisar una cáscara de las innumerables frutas que se venden o tropezar con el envoltorio de un juguete tirado como si el piso fuese el basural más grande. En este mundo, el cliente camina por debajo de la acera y choca constantemente con otros mientras grita cotizando y aguanta olores a diestra y siniestra. ¿Solución?: difícil plantearla, pero la propuesta de los empresarios privados es buena base, la eliminación del régimen simplificado sería un avance. La lucha contra la piratería es otro tema importante, harto difícil en una ciudad donde tenemos venta de CDs piratas en muchos lados, ropa pirata “de marca” en todo lado y hasta tenemos un pasaje a media cuadra del centro histórico donde se venden libros piratas, amén de los otros mil ejemplos que podríamos dar para valar que somos una sociedad que no respeta los derechos de autor.
Si cambiáramos en estos dos aspectos, solo en estos dos, seguro mejoraríamos mucho más que en los últimos 10 ó 20 años. Bueno, soñar no cuesta nada.

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