Nuestro país: la administración pública


En la primera nota referida a Nuestro país, en el enfoque de Estado que todos quisiéramos, hice referencia, de pronto ante lo básico y cotidiano, a la educación y a la higiene de la población, hoy vamos dando un paso adelante y me atrevo a tocar un aspecto clave dentro la lógica de la administración del Estado: la gestión pública.
¿Por qué como segundo elemento de un país que quisiéramos? Porque con esta es que nos tropezamos todos los días, para poder existir (cédula de identidad, certificado de nacimiento), en los innumerables días de nuestras vidas (autoridades de todo color y rango) y hasta para morir (certificado de defunción). El contrato social de Rousseau bajo cuya lógica acordamos ceder parte de nuestras libertades con la condición de un bienestar común ha requerido, desde los griegos y pasando por los romanos, perdiéndose en la Edad media y recuperándose en la modernidad, un aparato que represente las funciones del Estado, unos brazos operativos que garanticen la mayor calidad de vida para los habitantes del territorio. Para Montesquieu la división de poderes garantizaba la independencia de la gestión de áreas tan complejas como el Poder Judicial, a fin de que lo político no corrompa la independencia que requiere la administración de justicia, en todos los casos entidades que nacen de un único eje mayor: el Estado.
Sin embargo de todo, olvidan estos dos autores, y lamentablemente recordamos a diario nosotros, que la administración pública bien puede presentar falencias, de gestión, transparencia, efectividad y eficiencia y en el peor de los casos: corrupción. En nuestro país, en el país que queremos aspiramos a una gestión eficaz que, como en otros países, pueda permitirnos tener nuestro documento de identidad solamente con pasar por una mesa de unos cuantos metros donde nos verifiquen todo en sistemas informáticos y en menos de una hora podamos irnos felices y bien atendidos, en vez de esperar maltratados filas y filas para un documento tan básico y sujetos a autoridades de bajo rango que ofrecen sus servicios, dinero de por medio, a cambio de “agilizar” el martirio.
Y esto no solo se presenta en la emisión de cédulas de identidad, pasa en la obtención de la licencia de conducir, en la obtención de un sinfín de papeles personales y hasta para morirse es todo un protocolo. Pero, y repitiendo el afán proactivo y no solamente crítico de este espacio, preguntamos ¿cuál la solución entonces? Y la misma está al alcance de las manos, y su nombre no es otro más que la informática, la implementación de sistemas que agilicen la vida de las personas. Esto evitará las coimas, seguro que sí, porque al ordenador no le interesan nuestros centavos, ni favorecer a fulano por ser pariente o a mengano por ser autoridad. Se reducirá la administración pública, también seguro que sí, pero bien vale la pena por un servicio adecuado. El tráfico de pegas disminuirá pero la efectividad subirá y un aspecto fundamental para esto será la voluntad política gubernamental de instaurar una administración pública centrada en lo informático. ¿será posible?
Repito un clásico final en este tipo de artículos: soñar no cuesta nada.

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