El futuro de los bolivianos

¿Qué esperamos del futuro los bolivianos? Es quizás la pregunta que nos planteamos cada vez que vemos a nuestros hijos crecer inmersos en un mar de conflictos sociales, en una maraña de temores amparados en los denominados procesos “de cambio”, en una administración estatal poco efectiva y con un bajo sentimiento de patriotismo que provoca que cada vez seamos menos bolivianos.
Según un estudio difundido por la red mundial de noticias BBC de Londres, en Bolivia los conflictos sociales son cosa diaria, su permanencia a lo largo de los años se ha convertido en un motivo por el cual se puede afirmar que, o no existe gobierno capaz de satisfacer las necesidades de la sociedad o realmente somos un público difícil y poco tolerante. Y es que se ha convertido en parte de nuestra idiosincrasia el aceptar que los conflictos sociales están ahí y “así somos”, incluso ya se han establecido, en las fuentes de trabajo, políticas para prevenir las irregularidades que a diario vemos. Para ir ordenando las ideas, es menester que empecemos a aceptar la idea de que la inestabilidad no es el camino al progreso y al bienestar, y la máxima muestra de inestabilidad en nuestro país la sufrimos a diario a través de los bloqueos, marchas y paros de todo color y olor. Más allá de las razones estos factores son neta y pura inestabilidad.
Por otro lado se ha presentado en los años recientes un proceso de cambio promovido por el gobierno de turno, enfocado – a decir de sus propios representantes - en una visión de tinte socialista, el que ha dejado (sobretodo en un inicio y, aún dudas latentes, en los tiempos recientes) amplias lagunas en torno al respeto a la propiedad privada, al derecho a la sucesión hereditaria y (quizás el peor factor) la falta de promoción y garantías a la libre iniciativa privada. Esta visión, que ha derivado en los procesos de nacionalización y en una gama de intervención estatal también pareciera haber coincidido con racionamientos de todo tipo y color, afectando en primera instancia al ciudadano común que a diario debe verse sujeto a estas carencias.
Por su parte y ligado a esto último se ve el crecimiento del estado con la intención de copar espacios con los mismos vicios y errores de la política tradicional (cuotas de poder repartidas, funcionarios designados a dedo y sin mayor respaldo que pertenecer al partido que ejerce el poder) y el ciudadano común sigue sufriendo los males de toda la vida, desde poder acceder a su cédula de identidad hasta culminar el vía crucis que significa poder ser un emprendedor.
Finalmente el bajo nivel de patriotismo es perfectamente entendible cuando leemos las líneas anteriores y nos damos cuenta de que queda poco para el futuro de nuestros hijos.
Hace falta (y urgente) un giro en el manejo del país, necesitamos un proceso de cambio, efectivamente, pero este proceso no deberá ir por desestabilizar la escasa estabilidad de los bolivianos ni por pretender que el estado sea amo y señor de todo (aspecto que ya se demostró y lo sigue haciendo: no funciona) sino que debe de apostar por un futuro en el que tengamos un estado que garantice la estabilidad promoviendo a la iniciativa privada como motor de desarrollo y progreso, buscando madurar en el sentimiento común un sentido de responsabilidad y educación del que hoy carecemos.

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