La política en Bolivia

Como en muchos lados del mundo (y Bolivia no es la excepción) la política deja de ser el arte de gobernar y pasa a constituirse en un instrumento efectivo para detentar niveles de poder, lo mismo que hoy le sucede al Movimiento al Socialismo (MAS), le pasó en su momento al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), Acción Democrática Nacionalista (ADN) y al Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), y es que el poder tiene ventajas y facilidades y al tener este tipo de alegrías encanta y enceguece, bien lo sabe Santos Ramírez y no se olvidan aún las largas trastadas políticas embadurnadas de corrupción de muchas autoridades nacionales y regionales que, en su momento, supieron aprovecharse de su condición para beneficio personal. Todo este mar de corrupción, sin apuntar a nadie ni justificar nada, es culpa y reproche de una sociedad que en su conjunto vive acostumbrada a la “coima” y al “charle”, donde el que respeta la fila es el “gil” y el que le “mete nomás” es el más “vivo”, un esquema en que estamos tan acostumbrados a la viveza criolla, llámese manejar sin cinturón de seguridad, cruzar la calle o tomar el micro donde sea menos en la parada (si es que hubiese una cerca), tirar la basura donde se pueda, destruir casetas de control del peaje, dinamitar las carreteras, romper los emprendimientos comerciales a base de pedrada limpia si es que se cruza en nuestra marcha, escupir en vía pública, oler como mejor me plazca aún cuando deba compartir transporte con otros, miccionar en las calles y avenidas porque simplemente me da la gana, hablar y leer mal, y un largo etcétera en el que cotidianamente vivimos y del cual solo nos percatamos una vez que contrastamos nuestra realidad con otras latitudes. Este reflejo social es, en esencia, el mismo concentrado de corrupción en el cual se desarrolla el Estado boliviano, como bien dicen cada pueblo tiene el gobierno que merece, por ello es que carecemos de una institucionalidad política, llámese madurez que nos permita consolidar un Estado sólido, coherente, sano y sobretodo que garantice desarrollo humano para todos sus habitantes. En contra a este criterio, en Bolivia, así como en otros países de la región, se ha magnificado un Estado que es fiel reflejo de las taras que hacen a su pueblo, por ello no se puede considerar que estemos en un buen camino, más bien seguimos dando vueltas, como el perro que persigue su cola eternamente, en vez de avanzar retrocedemos y en vez de ser un mejor pueblo seguimos peleando entre nosotros. ¿Soluciones?, existen y muchas, empezando por la necesidad de disminuir la burocracia estatal, informatizar los trámites públicos evitando de este modo que la gente meta la mano a la lata, como dijo en su momento un conocido político cruceño, llegando hasta la exigencia disciplinaria que necesita nuestra gente, en todos los casos propuestas que para aterrizar requieren primero gobernantes que asuman un rol técnico más que político y que puedan, despojados de los intereses que el poder trae consigo, asumir un compromiso nacional que va más allá de la consigna política y que precisa conocimiento y sapiencia.

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