La normalidad de nuestra anormalidad

Cierro los ojos e imagino a Bolivia, sus verdes bosques tropicales, su altiplano mágico, sus valles sacados de cuentos de hadas, sus mil y un virtudes, la bondad de su gente, lo prodigioso de su comida, lo infinito de su hospitalidad y tantas otras virtudes que podríamos mencionar. Pero también están ahí, incrustadas en la realidad del cotidiano vivir, una serie de “normalidades” que hemos aprendido a asumir y que hoy por hoy son el pan nuestro de cada día, estas realidades se pueden bien resumir en los bloqueos que ya son tema regular, los paros y marchas que constituyen el amigo íntimo de cualquiera que precisa - aún contra su voluntad - desplazarse en nuestras ciudades. Está también muy “normalizada” la postura de un gobierno que hace oídos sordos a aquello que no le es conveniente, que prefiere imponer antes que negociar, y cuyas consecuencias derivan en acciones tan extremas como las que llevan adelante hoy los médicos del país, olvida el Gobierno los turnos y horas extras, innumerables e insufribles, que deben realizar los galenos, y prefiere enfocarse en una visión unilateral que solo mira una de las tantas variables que debieran considerarse en negociaciones con el ramo de salud, pero esto, es también algo “normal”, negociar ya con la presión encima es ya algo a lo que estamos acostumbrados. No tiene tampoco, una visión que le de una lectura adecuada de la carretera por el Tipnis, y prefiere empecinarse en posiciones duras a las que también ya consideramos normales, es, quizás, la normalidad del que tiene el poder y la normalidad del que es sometido. Así también es “normal” el vecino que poco o nada tiene de gentil, que ensucia como si no le interesara mantener la ciudad limpia, que maneja como si su coche fuera parte de una manada de burros, que es negativo cual obscuridad profunda, que escupe y es poco higiénico, que es corrupto y que prefiere la viveza criolla antes que el trabajo honesto, que tiene un vocabulario florido en lo que a adjetivos refiere pero que es inculto en lo que a cortesía implica, que no sabe respetar la fila y que siempre busca una ayuda extra. Igualmente es “normal” que en muchas oficinas la atención sea lenta, dejada y hasta grosera con el usuario, que las cosas nunca estén a tiempo, que el responsable siempre esté ocupado, que le falte siempre un sello más a nuestro trámite, que sea necesario otorgar algo para poder agilizar esto o aquello, que existan amplias lagunas de soluciones y pequeñas islas de criterio. Pero todo esto, es “normal”. Aunque usted no lo crea (como decía Ripley) en el mundo existen lugares donde esto no es normal, así como – y debo admitirlo – existen muchos otros donde es peor. Si bien, y lo debemos admitir, el mundo pareciese un lugar de espanto, ya sea cuando vemos una guerra o vemos que el Rey de España tiene como pasatiempo matar elefantes, aún nos queda la esperanza en el ser humano. Finalmente y apuntando la visión a igualar y hasta superar a los mejores países del mundo, es necesario un cambio de actitud en cada uno de nosotros para mejorar, ese cambio de actitud debiera ser algo real y es necesario que se constituya en una nueva normalidad más sana y progresista.

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