En Bolivia morimos por todo y por nada

En Bolivia morimos por todo y por nada, en manifestaciones que se desangran con gritos y adjetivos punzantes que, en muchos casos, no son realmente entendidos por quienes gritan a pulmón rajado en defensa o en contra de algo; en marchas, tal cual sucedió recientemente con la IX marcha por el TIPNIS con una bebé de seis meses que del conflicto nada sabía y que nunca debió estar ahí; en enfrentamientos entre hermanos, tal cual sucedió en Cochabamba un once de enero cuando la gente de la ciudad se enfrentó con la gente de campo quienes, pro masismo, se habían asentado en la urbe; en enfrentamientos en las carreteras, en los caminos y en los senderos y mueren igual policías, militares que campesinos, cocaleros, productores de esto y aquello, viejos y ancianos, con y sin plata. Mueren todos menos los que respiran poder, los que ejercen sus cualidades de líderes y tiene, por así decirlo, a la sartén por el mango. Son los que no van a la lucha nunca, los que ven, desde el balcón que otros peleen, aquellos que son los que, en un nivel estratégico, manejan a las tropas sin interesarles quién o quiénes ponen el pecho a la agresión. En Bolivia, existen muchos estrategas de este tipo, que manipulan, que destruyen y que no sufren, ni por asomo la pérdida de un ser querido. Esa, es la mala política boliviana, manipuladora e insensible. Somos, asimismo, un país de altas contradicciones, con un gobierno que denuncia golpes de estado que pareciesen más cortinas de humo que verdades concretas, con una policía mal pagada y que tolera mal trato y es consciente de sus limitaciones operativas y morales, con grupos sociales que apoyan un proceso de cambio que carece de sustento económico sostenible y que está altamente politizado, un país traumado con mirar al pasado y recordar que no tiene mar, sin mirar adelante y ver que otras ventajas se abren ante nuevas visiones, con políticas diplomáticas internacionales que nos recuerdan que en Bolivia para ser embajador basta ser político y no diplomático de carrera, con autoridades cuya formación es sindical y no académica, con una clase media que inerte mira desde sus casas las contradicciones de un país que ha dejado de ser una nación para pluriculturalizarse y que ha dejado de promover la iniciativa privada para alimentar a un creciente Estado que no demuestra tener la capacidad suficiente para satisfacer las necesidades de la población, con un ciudadano común acostumbrado hasta los huesos a la viveza criolla, a la impuntualidad y a la indisciplina. Esa es nuestra Bolivia en su lado negativo. Acepto que tenemos, sin embargo, varios valores, reconozco que existen autoridades que ejercen una política propositiva, que existen compatriotas que desean un mejor país y que se esfuerzan por ser buenos ciudadanos día a día, pero debo lamentar que nuestros yerros son mayores que nuestros aciertos y eso apena en demasía a aquellos que soñamos con un país bueno para nuestros hijos. Estamos estancados, lo estuvimos ya con los gobiernos anteriores y – al parecer – aún lo estamos en el actual, estancados en nuestras contradicciones y en nuestras complejidades, seguimos muriendo de todo y de nada y en un país, donde se suele decir: “no pasa nada”.

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