La corrupción como factor de atraso

Un informe de Transparencia Internacional realizado en 95 países arroja como resultado que la corrupción sigue siendo un flagelo complejo que ataca a varias de las sociedades mundiales, siendo los países africanos los más golpeados con un porcentaje que alcanza a 84 por ciento de personas que afirman haber pagado un soborno, situación que contrasta con los países que podrían afirmar sentirse orgullosos de su higiene y limpieza ética que son Dinamarca, Finlandia, Japón y Australia con 1 por ciento de personas que habrían sobornado por algo. Los países considerados más corruptos son Sierra Leona (84 por ciento), Liberia (75 por ciento), Yemen (74 por ciento) y Kenia (70 por ciento), así como las instituciones vistas como las más corrompidas son (en orden): los partidos políticos, la policía, el poder judicial, los funcionarios públicos, el órgano legislativo, los servicios médicos y de salud públicos, los medios de comunicación, las instituciones religiosas y, finalmente, las empresas privadas. Los resultados son muy claros, y resta analizar el caso latinoamericano en el cual la peor parada sería Argentina (72 por ciento), seguida por México (71 por ciento), Venezuela (65 por ciento), Jamaica (62 por ciento), Paraguay (62 por ciento), Chile (61 por ciento), Estados Unidos (59 por ciento), Bolivia (57 por ciento), Colombia (56 por ciento), El Salvador (54 por ciento), Canadá (52 por ciento), Brasil (48 por ciento), Perú (46 por ciento) y Uruguay (43 por ciento). Estos datos muestran la real complejidad de la corrupción que recibe una y mil denominaciones: desde el “dame para mi refresquito”, usual en nuestro país, hasta el “um cafezinho” (un cafecito), en Brasil, pasando por la “mordida” mexicana, “el serrucho” colombiano, o los términos internacionales de “té para los ancianos” (Kenia), “dinero en efectivo para la sopa” (Turquía), “hacer un favor” (Azerbaiyán), y así una y mil formas de llamar a un mal tan común en las sociedades. Si analizamos la vida cotidiana y recordamos a la persona que alguna vez nos solicitó un soborno, tenemos desde el sujeto que pide “su voluntad” por no darnos una multa debido a una infracción de tránsito hasta la gran autoridad que insinúa algo en una reunión en la que se hablan de miles o millones de billetes. Está también el amigo que actúa o influye para que algo salga a favor de uno u otro por intereses personales, al que es autoridad o funcionario, no por su capacidad, sino por favores políticos y así tenemos a gente con poder pero sin conocimiento técnico. Incluso está el que nos cobra en el supermercado, la fotocopiadora, la heladería o la tienda y que en vez de darnos el centavo de cambio, nos “fuerza” a aceptar su pastilla. Está también el que peca por no denunciar, y cuántas veces habremos sido nosotros también cómplices de este tipo de situaciones, víctimas silenciosas que prefieren fomentar la corrupción en vez de cortarla, muchas veces por miedo y otras hasta por necesidad. La sociedad actual, cargada de tecnología nos da una esperanza de que a futuro sean los sistemas informáticos los que puedan restringir este tipo de situaciones corruptas, pero en tanto ello no sea más que una mera aspiración, debemos de enfrentarnos a nuestra dura realidad, una burocracia (usualmente estatal) capaz de romper a cualquiera, con sistemas de control poco efectivos y con funcionarios éticamente –y muchas veces técnicamente– limitados. Y hasta que las cosas no cambien, bien se puede jugar, al menos, el rol de ser quien corte el acto mal habido, denuncie el rol corrupto y aporte, si quiera en algo, a Bolivia.

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