Del pueblo, por el pueblo y para el pueblo

Dentro de las definiciones que otorga el diccionario de la Real Academia Española ante la búsqueda de la palabra política, se identifica una que se ajusta a la visión clásica de esta labor, siendo la misma: “arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados”, postura que comúnmente se ve en torno a los discursos de las y los candidatos en cualquier parte del mundo y que precisamente, en época electoral, resurge bajo la óptica de los múltiples análisis y críticas sobre nuestra realidad. Corresponde, por ello, también hablar, en pleno año electoral, del momento supremo del sistema político nacional, aquel que se basa en el sistema democrático, en el que las y los ciudadanos de un estado legitiman a sus representantes y que hace posible el concepto de representatividad en un gobierno que, se supondría, se debe a sus ciudadanos y ciudadanas; me refiero al acto electoral y al peso del voto de cada ciudadano. Cada gestión surgen preguntas respecto al nivel de confianza que puede tener un ciudadano en el sistema democrático y cada vez nos cuesta más creer lo afirmado por Abraham Lincoln en el famoso discurso de Gettysburg (19 de noviembre de 1863) en sentido de que “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, ya que nuestra democracia aún presenta defectos provocados por nosotros mismos, por nuestra falta de educación y por nuestra indisciplina que derivan en desorden y en la ausencia de paz. Las mejores democracias son las que corresponden a los países que cuentan con ciudadanos educados, respetuosos y amantes de la ley y el orden, y esa base les permite vivir con progreso y desarrollo. En el caso nuestro un triste panorama se cierne sobre quienes vemos a diario que la política es más importante que el conocimiento técnico (se lo ve a diario desde décadas antes que en el actual gobierno prime lo sindical por sobre lo académico), cuando apreciamos que las necesidades básicas aún no están satisfechas y que pareciera no existir un orden lógico en la gestión de varias autoridades (seguro nos enorgullece tener un satélite pero también nos avergüenza que muchos sectores poblacionales no tengan agua), cuando vemos que la administración pública ha crecido para mal (mala atención al usuario, maltrato y prepotencia, interminables filas y, por si fuera poco, malos resultados) y finalmente cuando afanosamente buscamos que nuestros hijos e hijas se sientan orgullosos de su país y debemos estrellamos contra la dura realidad de que pareciera que todo va mal. Pero como suele pasar, la democracia sigue su camino, permitiendo la participación política de actores que no tienen formación en el área, de personas que pueden ser buenas pero cuya capacidad operativa bien podría ponerse en duda, e incluso, para colmo de males de aquellos cuya base moral no debiera permitirles optar por un cargo público. Pero las tiendas políticas, del oficialismo y la oposición, parecieran vivir mejor repitiendo la fórmula. No esperemos cambios si seguimos haciendo lo mismo. En las elecciones de este año dudo que se presenten novedades, sólo cambiaran los actores del proceso democrático de una democracia que no termina de entenderse por culpa de todos nosotros, de nuestros vicios y falencias, de nuestras taras y avivadas, y parece que tenía razón Gaspar Melchor de Jovellanos (escritor, jurista y político español): “Los pueblos tienen el gobierno que se merecen”.

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