La oposición, el gobierno y la democracia

En la democracia plural se valora la posibilidad de que el otro, el que disiente, el que piensa distinto, el que no está de acuerdo con lo que la mayoría plantea o el poder prefiere, pueda expresarse, ya sea de manera personal o grupal, abiertamente o de manera reservada, esté o no equivocado. En la medida en que uno pueda ejercer tal facultad, la democracia será más profunda. Pero ser opositor por ser opositor equivale a decir que odiemos algo solo por el simple hecho de odiarlo, en pocas palabras es ejercer tal derecho sin sustancia, sin razón lógica. Y de esto último sucede mucho en nuestro país, no solo con el actual gobierno sino con los anteriores a este, lo hicieron entre liberales ya antes en otras épocas y tiempos, y lo hicieron también en otras latitudes y sistemas de poder, el ser humano, cual perro del hortelano, pareciese disfrutar al contradecir por el simple hecho de que desea hacerlo. En las elecciones que se avecinan sucede también lo propio, los planteamientos de unos y de otros versan en planteamientos que no resultan relevantes a la hora de dar alternativas de solución a problemas que el gobierno actual no ha podido resolver, tal el caso de la seguridad o la estabilidad económica del día a día de la población, y para sustentar aún más la propia contradicción de un antagonista, los opositores no han tenido la capacidad de aunar su propuesta en una sola plataforma que les permita la unificación del voto, lo que provocará, desde ya, la dispersión del mismo, siendo el directo beneficiado aquel ante quien pretenden oponerse. Pierden así los electores, cuyo voto muere rápido, y por ende se desvanece la democracia. A su turno el gobierno, con presidente en ejercicio incluido, tiene todas las ventajas posibles y tal preeminencia despierta incluso dudas sobre la transparencia o magnitud de un eventual triunfo, sus propuestas se repiten, aún son populistas y enfocadas en el centrismo indígena. Tiene poder sí, pareciese que va a triunfar, sin embargo es evidente que le preocupa la dimensión en la que lo logre. A su vez la reiterada reelección y la unidireccional visión de los últimos años siguen desangrando a la democracia que, en esencia y por concepto, no permite el dominio del poder en las mismas manos por mucho tiempo. Como consecuencia también pierde la democracia. Y siempre fue y será así en tanto los políticos y el pueblo al que se deben, no crezcan en conocimiento, en interés y maduren como sociedad; por ello es cierto afirmar que en Bolivia, abunda una profunda inmadurez política, la que se vive tanto en oficialistas como en opositores. Pero aquí estamos, próximos a unas elecciones con claro ganador, con los unos votando cual ovejas sin considerar mayor razón, y los otros dispersados por sus propios intereses sin una propuesta consistente. Por todo esto, como decía Henri-Frédéric Amiel “No niego los derechos de la democracia; pero no me hago ilusiones respecto al uso que se hará de esos derechos mientras escasee la sabiduría y abunde el orgullo”.

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