El imperio del silencio

Recientemente se han cernido sobre los fértiles espacios de la libertad y la expresión independiente, las sombras amenazantes del cobarde ataque, de la anónima agresión y, por consiguiente, del más terrible de los silencios, el que deriva del querer hablar pero no poder, de anhelar gritar pero saberse mudo, del grito hueco de sonido y ausente de eco, de la conocida como autocensura. Y esto ha llegado de la mano de sangre, balas, papel y hasta de una carga asquerosa de machismo y cinismo, que no puede ser tolerada y que amerita todo el reproche posible; se busca amedrentar, callar y silenciar a quienes únicamente desempeñan su labor. Se pretende obtener, y es un efecto inmediato, la autocensura del afectado, de la víctima, del que hizo bien, del que denunció y del que investiga, en tanto el amenazante, oculto en las sombras de su cobardía se jacta de lograrlo. La autocensura agrede hoy al periodista, pero tenga seguridad que en breve tiempo golpeará al redactor y al columnista y en un futuro cuyo horizonte se vislumbra no muy lejano alcanzará a la autoridad, al que controla, al que vigila, al que protege, y finalmente le alcanzará a usted, al ciudadano de a pié. Y así morirá la democracia y se impondrá el imperio del silencio. En Venezuela, por referir un ejemplo cercano, además de sus problemas de escases un complejo panorama se cierne sobre la censura de la que son objeto los medios de comunicación en general y los periodistas en particular, este no es un sendero que deseemos para nuestros hijos, a los que imaginamos libres de opinar en un país plural y respetuoso. Y el desarrollo de la prensa avanza, pero teme que tras las amenazas derive en un triste cortejo marcado por un silencio sepulcral o en una homogénea información ajustada no a la realidad, sino a la conveniencia del que maneja el amedrentamiento como medio y cobarde recurso. Y hablo con la certeza de conocer el amargo sabor de saberse amenazado, ya que en su momento, ante la crítica directa, también sentí el frío filo de la autocensura, y de hablar de política pasé, por cierto tiempo, a preferir hablar del clima. Pero ese camino tiene un fatídico final, pues en una sociedad en la que se niegue al contrario, al que piensa distinto, se provoca una hemorragia imparable que deriva en la tiranía del violento. Y usted, sus hijos y sus nietos, pasarán a vivir en una suerte de cavernas ausentes de información exterior, o al menos de crítica. Y los periodistas dejarán de ser periodistas y usted dejará de ser usted por el simple hecho de que no podrá fiscalizar. Por esto, en suma, es relevante que las autoridades tomen estas amenazas con la mayor responsabilidad posible, identificando al agresor, sancionando al cobarde y garantizando así un futuro para una sociedad que lo que menos anhela es verse en silencio. No en vano afirma el escritor puertorriqueño Ismael Leandry Vega: “El derecho a la libertad de expresión y de pensamiento es, después del derecho a la vida, el más importante que tiene toda persona.”

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