Pisando barro

En los periodos electorales surgen diversas propuestas, muchas de estas son tan similares que pareciesen una suerte de cacofonías que no terminan de identificar en qué punto termina una y en que parte comienza una nueva, otras son tan ambiguas que pretenden obtener el favor del público elector con planteamientos tan amplios que carecen de certezas y pecan de buenas intenciones. Esto sucede en diversas partes del mundo y el mayor, o menor, grado de madurez de la política de un país define mucho de la credibilidad de un candidato. Complementariamente y tal cual he planteado en dos artículos publicados antes que éste, la madurez política de nuestro país está íntimamente ligada al discernimiento o conocimiento del pueblo respecto a esa vida política que le afecta directamente. Y así, en este caldo de inconsistencias, se presentan diversos elementos que, como inmadura sociedad que somos, los aceptamos sin más decir, y que usualmente no pasan de las redes de Facebook y la crítica general. Y el pueblo, aquel que vota siempre, bien gracias. Varios con su voto ya decidido, en ocasiones incluso no por convicción o ideología, y muchos otros sin saber por quién votar, algunos afirman su rechazo a uno pero tampoco les gusta el otro, y otro tanto no le gusta ninguno. Y es que al común de la gente no le interesa la política en sí, quizás porque la democracia ha perdido brillo. Y nos empapamos de los rostros de las y los candidatos que impresos en todo tipo de papel nos sonríen y procuran parecer agradables, y nos hartamos de los besos a niños, de las plantitas regaladas, de los adhesivos multicolor arrojados a los pisos, de las calles bloqueadas por que un candidato o su grupo afín están en campaña, de los afiches que son embadurnados en los postes de las avenidas y de todo ese aparato que, en resumen, no representan lo esencial de la democracia. Si hasta pareciese que somos idiotas, y quizás lo seamos si es que un candidato puede comprar nuestro voto con un afiche o por un adhesivo, pero lamentablemente son pocos los que piensan y pretenden analizar la propuesta de uno o de otro. Y en muchos casos chocamos también con el pasado de los candidatos; de los que ya fueron gobierno nos preguntamos ¿cumplirán? ¿Porqué no lo hicieron antes y ahora me lo prometen?; y de los otros, también quedan dudas ¿será que son buenas opciones? Ya los hemos visto en candidaturas a gil y mil cargos ¿ahora quieren la alcaldía? ¿será una mejor gestión? Y llega la triste respuesta: no sabemos. No existe certeza de que una buena gestión vaya a realizarse, ni con los unos ni con los otros, por eso, así de sencillo, hoy existe un porcentaje de gente que no sabe por quién votará. Y, decepción de por medio, espero no vote por la sonrisa de un candidato. Y mientras tanto, seguimos pisando barro, fango democrático, claro está, pero lodo al fin.

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