Del fútbol, el hincha, usted y yo

De poco pareciera servir la altura de la sede de gobierno a la hora de hablar de fútbol, pero de pronto sí es importante tocar este tema a modo de analizar la forma en la que las y los bolivianos vemos la vida, incluido, por supuesto, el fútbol. El jueves pasado perdimos ante Uruguay y en el recuerdo quedaron los años en los que los celestes no se llevaban una victoria de la capital andina, quedaban también afectados los anhelos y sueños de millones de bolivianos que desean revivir las histórica clasificación del 94, y como suele suceder somos extremos: o exitistas o depresivos. Si hubiésemos ganado, para muchos ya hubiésemos estado en el Mundial, pero como perdimos las redes sociales se llenan de burlas, los corazones se amargan y ya no pensamos en llegar a Rusia sino que aspiramos al Mundial del 2022. Y es que como hinchas (porque el hincha es así en la mayoría de los equipos del mundo y lo saben los hinchas de Wilstermann y Aurora y también los del Real Madrid o el Barcelona) el fanático tiende a ser exigente, reclama a cambio de su devoción siempre resultados óptimos, no le importan los procesos, nunca acepta el “paso a paso” y se quiere ver llorando de alegría hundido en un mar de entusiastas como él mientras el capitán de su equipo levanta un trofeo. Pero la mayoría de los hinchas poco hacen para apoyar en la realidad a su equipo, a lo sumo pagan su entrada para asistir al partido que más le interese, pero no es socio del club, muchos no compran la indumentaria oficial y prefieren la versión más económica (pero que no beneficia al equipo), o finalmente, opta por ver el partido por televisión o escucharlo a través de la radio. Pero en todos los casos es crítico, aún cuándo él no haga más que solamente liquidar al equipo si perdió y jugar las veces de estratega con imaginarios cambios que él hubiese realizado en vez de los que eligió el verdadero Técnico. Extrapolemos ahora esa visión futbolera a la realidad nacional, el ciudadano común es, normalmente, un hincha de su propio país y de su propia vida. Somos buenos para criticar, sobre todo si de otro se trata, preferimos no creer lo bueno del ajeno pero sí aceptamos con facilidad lo negativo. Teorizamos sobre las soluciones que daríamos de ser nosotros las autoridades de turno pero seguimos cometiendo fallas básicas como ciudadanos. Y así tenemos a compatriotas que tiran porquería en la calle pero critican el manejo de la basura en las ciudades, o conductores que maldicen las congestionadas rutas de las urbes pero que paran en lugares prohibidos o que manejan imprudentemente, o choferes del transporte público que se oponen a alternativas viales pero que no invierten en mantener siquiera limpios sus micros o sus taxis, reclamamos cuando alguien nos hace esperar pero somos impuntuales la mayoría de las veces, reclamamos cuando nos excedemos bebiendo y comiendo pero ante el menor antojo ya pecamos nuevamente, actuamos, en resumen, como el fanático del fútbol, buenos para criticar pero malos para apoyar. Quizás valdría la pena aprender que en la vida todo se desarrolla en base a procesos y estos requieren esfuerzo, y así como no podemos esperar un milagro deportivo en la primera fecha de eliminatorias, tampoco podemos esperar un país mejor sin dar de nuestra parte.

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