El mundo en el que vivimos

Omar Matten ha cometido un acto terrible, a sus 29 años su nombre es sinónimo de muerte, ha nacido en suelo norteamericano pero se declaró leal al grupo radical autodenominado Estado Islámico, trabajó como guardia de seguridad y muchos afirman que manejaba un discurso de odio y resentimiento, su ex esposa lo calificó como alguien inestable emocionalmente, su fanatismo le llevó a perseguir la causa más ruin de todas: la intolerancia. Tras sus pasos deja un río de sangre que nos recuerda ahora que las diferencias entre unos y otros van ganando cada vez más terreno en un mundo que día a día es menos amigo y pareciera ser más sombrío. Ayer los muertos tenían una u otra preferencia sexual, mañana bien podría ser un grupo de monaguillos o una reunión de madres, podría ser su mejor amigo o su peor enemigo, el hecho, atroz e indignante se ha perpetrado contra el ser humano en sí, porque todos, seamos negros o blancos, lindos o feos, pobres o ricos, gordos o flacos, homo o heterosexuales, somos parte de una sola humanidad. Y es que no existe fundamento para justificar matanza alguna, los radicalismos que hemos inventado en nuestros dolores más extremos o en nuestras aspiraciones más profundas han dado lugar al nacimiento de radicalismos que hoy nos dejan luto y dolor. En esta lógica el ser humano ha desarrollado su mente ampliamente y ha identificado miles de argumentos para hacernos distintos, así han surgido cientos de religiones que desde la primera hasta la última han logrado separarnos más en vez de unirnos; y han emergido también los miles de discursos de superioridad de los unos contra los otros, por color de piel, por riqueza, por conocimiento y hasta por lugar de nacimiento, y así es que hoy lamentamos que seamos más diferentes que ayer, y que cada minuto nos separamos más y nos toleramos menos. Somos intolerantes porque sí, no aguantamos al otro por el simple hecho de que es él y no yo, y nos seguimos fijando en lo distinto que el otro es, en vez de fijarnos en aquello que nos hace comunes, creemos lo malo de los otros con facilidad y nos cuesta creer lo bueno porque así decidimos ser, y terminamos etiquetando al otro bajo algún rótulo: el gay, el viejo, el judío, el gordo, el feo, el deshonesto, la perra, el idiota, el k`ara, el indio, el feto, el choco, y así, uno y mil adjetivos con los cuales marcamos al que consideremos distinto, olvidando que, en el fondo, todos somos personas. Omar Matten será recordado como el loco que masacró a un grupo de gente en Estados Unidos, pero su accionar nos recuerda que solamente viviremos en paz cuando veamos sólo aquello que nos hace similares en vez de mirar lo que nos hace distintos.

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