El poder y el gobierno

El hombre ambiciona poder y el poder crece en la misma medida en que el poderoso lo ejerce y bajo su sombra de dominio crece la voluntad del que manda y se achica la voz del que discrepa, y el poderoso se enceguece y los que lo rodean le adoran al punto de, por él, llegar a la mentira y a la eterna justificación, perdiendo en ello la certeza de la objetividad, la moral de la razón y por ende la capacidad de guiar. Y si bien hemos visto que el poder puede amar y favorecer a quienes con él comulguen, también puede odiar y destruir, y cuando el poder odia lo hace con pasión, con el ansia del león que devora y muerde desgarrando la piel, masticando el músculo y fracturando el hueso, y no hay expresión de poder mayor que el Estado, no existe ente de organización más sólida que regule la vida de los hombres y no hay fuerza más certera que haya servido, desde siempre, como instrumento de dominación y opresión. Así el Estado ejerce el poder y sabe bien cómo usarlo, y ésta facultad destruye y su odio mata, y el que maneja el poder del Estado es el Gobierno, y bajo las mieles del poder olvida que fue elegido para servir y no para servirse, y entonces prefiere dominar y termina por empaparse de esa orgía de autoridad y le gusta y persigue perpetuar su imperio y olvida que ejercía sólo un mandato y que la autoridad no le fue regalada sino que sólo es un préstamo, y en el camino atropella a todo contrario y bien puede quitarte tu título profesional a través de su Ministerio de Educación como puede mandarte arrestar por criticarle. Y devorando el poder puedes detener al que se te oponga porque te vale poco lo que diga Montesquieu, si igual le vas a meter y el poder judicial no será independiente y el que esté contra ti es quien debe preocuparse pues le meterás juicio sobre juicio y emitirás mandamiento sobre mandamiento, y puedes tener tu propio himno y tus decenas de canchitas con tu nombre y los colegios que se llamen como tú, y tu nuevo palacio de gobierno y dar sólo los bonos que te convienen, y tu moneda del Bicentenario y si alguna vez el pueblo te dice no, igual no importa, porque esas son vainas, tú bien sabes que luego nos inventamos un «segundo tiempo» y ahí ganamos, y no te aflijas tampoco por la plata, de qué plata te preocupas si esa no es tu plata, ese plata es del pueblo y al pueblo todos le engañan y nadie reclama. Entonces vive tranquilo porque tú eres todopoderoso y serás rey por siempre. Pero lo más viejos saben bien que todo se acaba, por muy fuerte y poderoso que sea se termina, y ese día, cercano o lejano, llegará, y los que una vez se hartaron del poder y abusaron de él, otro día serán las víctimas de los nuevos poderosos, en un ciclo interminable de idas y venidas en las que usted, yo y el ciudadano corriente, sólo somos fichas de un juego mayor.

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