Porque todos somos ellas

Hoy, más que nunca, es necesario hablar del tema, porque hablar es hacer al menos algo, es poner sobre la mesa de la crítica una realidad lacerante y común, es comer - degustando cada bocado - el asqueroso bufet del machismo, es cuestionar las bases de una sociedad desequilibrada que todos toleramos de una u otra manera y es rechazar la cultura de un poder silencioso que se nos enseña para vivirlo por los siglos de los siglos. Éste tema debe ser debatido y reclamado una y otra vez, porque nos afecta a todos, porque muchas veces pensamos equivocadamente que hacemos lo suficiente con apoyar desde las sombras los reclamos por igualdad de las cientos de mujeres que a diario son golpeadas o asesinadas; porque tenemos hijas, esposas, hermanas y madres que son mujeres; porque con cada asesinato, con cada violación, con cada golpe, somos menos civilizados y abrimos heridas que nunca sanarán; porque es un reclamo justo y necesario. Y es que recién la sociedad se da cuenta que no es suficiente con el mirar de lastima, con el rostro de asombro y el comentario de “¡qué barbaridad!”, “¡qué mal que estamos!”, es necesario ayudar, es preciso hacer algo porque se están muriendo nuestras mujeres, porque las estamos matando de a poco, y cada día salen las noticias de muerte de un cementerio infinito de cruces blancas, aposentos eternos de niñas, de jóvenes, de mujeres maduras que han recibido el golpe certero, la puñalada de la injusticia o la bala del machismo; y con cada titular bañado de sangre nos vamos acostumbrando a que la muerte es cosa cotidiana, y las violaciones llegan y van como el pan de cada día, y el macho sigue sintiéndose macho y domina sobre la hembra mientras el mundo se muere gota a gota, llenando un río interminable de penas que han cargado las mujeres desde los inicios de la historia de la humanidad. Pero partamos por reconocer algo básico: el ser mujer es un peligro, porque se sufre, porque vivimos en una sociedad en la que no pueden ni vestir como quisieran porque algún bestia con poco seso le dirá barbaridades o, peor aún, meterá la mano donde no debe; porque a nosotros no nos acosan mientras caminamos, porque podemos vestir como queramos y nunca pasará por nuestra mente el miedo a que algún sádico nos viole, porque las mujeres - a diferencia de muchos hombres - no viven en un celo permanente; y todo ello es fruto de una cultura que transmite por todos los medios que puede imágenes de violencia contra la mujer, porque ves en todo lado que es de machos dominarlas, que es de hombres poseer salvajemente, que no eres pecho peludo si no la maltratas; y la mujer se enfrenta a una sociedad compleja y ruin, que la tacha de puta por todo y por nada, mientras que al varón le es hasta meritorio serlo, a una comunidad que le dice que debe buscar su media naranja porque le hace creer que no es naranja entera, una sociedad que la muestra siempre frágil y eternamente débil, invariablemente necesitada de un «él» que la rescate. Pero en todo este mar de drama, hay algo que sí podemos hacer, y es cortar el círculo vicioso del micro machismo, del comentario dominante, del estereotipo injusto; así podemos hacer la diferencia, en nuestras casas, en nuestra mesa del almuerzo, con nuestros seres queridos, en nuestras reuniones, en nuestro lugar de trabajo. Porque no es sólo cosa de ellas, porque sencillamente hoy todos somos ellas.

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