Pan y circo

Decían en la Roma de la Edad Antigua, «al pueblo pan y circo», haciendo referencia a que un gobierno bien puede desviar la atención de temas centrales con algo de comida y entretenimiento de baja calidad. Esta receta, difundida con diferentes palabras por analistas e ideólogos del pensamiento político, es también de aplicación en nuestro país, y aunque usted no lo crea mi amigo lector, no fue el partido de gobierno el que inventó esta fórmula exitosa de poder, aun cuando debemos aceptar y reconocer que la maneja muy bien. Este plan de control se lo viene aplicando desde muchos siglos atrás, y así resulta el carnaval más importante que el mar como ocurrió en antaño o el Dakar más importante que el agua, como sucede ahora. Es de este modo que Bolivia, un país de tercer mundo, un país con ciudades que se están secando y con un gobierno al que poco o nada le interesa la legalidad, se da el lujo de pagar cuatro millones de dólares para que el Dakar pase por sus pampas, destrozando el delicado equilibrio ambiental y llevándose por delante cuanta precaución pueda pensarse; pero eso no importa, porque lo relevante es el show, es el vendaval de propaganda que significa ver al Gran Hermano en cada llegada de los coches, de los camiones, de los cuadratracs y de las motos, es ver que los competidores le abracen y le besen, y que todos digan una y otra vez que él es el artífice de algo que nos enorgullece como bolivianos. Sin mencionar que para muchos puede ser motivo de orgullo nuestro folklore, nuestra literatura, nuestros paisajes, nuestras tradiciones y nuestras comidas, al menos mucho más que el estruendo de las máquinas del Dakar. Pero volvamos al fondo de este artículo: ese es el circo político, ese es el mini carnaval que en cada paso forma el famoso Rally, aquel que llega hasta el corazón de La Paz para que los votantes se asombren de que Bolivia es tendencia mundial, cuando en los hechos desde afuera sabemos bien que no sonamos ni tronamos. Y para rematar cabe aclarar que esta tramoya la pagó usted querido contribuyente, usted el empresario, usted el que trabaja y le descuentan en impuestos lo que nunca pagan otros sectores de mayor beneficio, como los cocaleros; porque el Dakar de este año costó un millón más que las ediciones 2015 y 2016, y dos millones más que la edición 2014, por lo que pagamos como bolivianos cuatro millones de dólares que, en mi humilde opinión, pudieron tener mejor destino. Pero nada de eso importa, porque es un evento de “orgullo nacional” y es el circo que el público necesita. ¿Pero sabe lo realmente triste? Lo deprimente es que el pueblo se traga la fórmula con todo y botella, porque así somos, porque si somos críticos somos anti patriotas (bien lo dijo una autoridad masista, es anti paceño hablar mal del Dakar; pero claro, no es anti paceño dejar a la sede de gobierno sin agua, y ni qué decir de Cochabamba que ya vive así décadas). Y sí, así vivimos, somos el pueblo, manga de almas en pena que sólo sabemos quejarnos porque no tenemos más opción, porque el poder tiene la espada del dominio y lo está usando, pero olvida el Gran Hermano que esa espada tiene dos filos y no tiene empuñadura, y así como con ella puede decapitar, con cada golpe que da, también recibe leves cortes en su propia piel, y así un día, de tanto golpear y de tanto masacrar, terminará masacrado, porque está dicho que por mucho pan y circo que des al pueblo, un día los tiranos caerán.

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