La odisea de ser empresario en Bolivia

Hacer empresa es quizás una de las actividades más difíciles en Bolivia, la burocracia y complejidad que exige a todo emprendedor el estado nacional, hace que aquellos que se animan a invertir en su país deban atravesar una verdadera odisea. La poca practicidad de varios de los trámites necesarios para constituir una empresa hacen que el solo nacimiento de la iniciativa privada sea un doloroso trajín por sillas y escritorios donde bien debe esperarse por el sello redondo de un funcionario y luego por la autorización de otro, hasta que finalmente se presente un informe donde exista, normalmente, alguna observación. Resulta tan complejo esté andar, que en la desesperación por lograr los resultados pretendidos, se dan lugar a irregularidades de todo tipo y de todo color. Los datos apuntan a que en Bolivia, demora cerca de 50 días poder constituir una empresa formal, en tanto que en países desarrollados este tipo de autorización no demora más de un día, y si deseamos ver más cerca, en nuestros los países vecinos este tiempo se aproxima a una semana. Pero la travesía no termina ahí, una vez que la empresa se ha logrado constituir debe arrastrar consigo el peso de las imposiciones tributarias que sumadas en total obligan a todo empresario a gastar un alto porcentaje de tiempo en el poco práctico sistema de pago tributario, no sin mencionar que para todo emprendedor resulta difícil aceptar que pague un montón de impuestos que no necesariamente se irán a emplear en obras relevantes, si no que muy probablemente terminarán alimentando el apetito sinfín de canchitas de pasto sintético que el presidente tiene, o las concentraciones masivas de una aclamación a gritos a cambio de fichas de asistencia y en defensa de intereses sectoriales o de poder. Sin embargo de esto los emprendedores asumen ese desafío y siguen apostando por su país en una nación que ha sido etiquetada como el peor lugar para pagar impuestos del mundo. A la par nuestro sistema hace que la gente prefiere invertir en el campo informal, en el cual evidentemente se genera hasta el 80% del trabajo nacional pero cuyo aporte económico no llega al Estado y no significa, ni por asomo, estabilidad laboral real. Por el contrario las empresas formales, siendo un porcentaje menor, deben cargar las pesadas obligaciones sociales, soportar las demandas económicas que el Estado les exige, y a la par deben de soportar la persecución, casi acoso, de las instituciones estatales que buscan exprimirles hasta la médula. Con esta presión el empresario promedio boliviano no puede darse el gusto de contratar más personal, por lo cual no genera empleo en el cual se pueda garantizar una cierta estabilidad a las personas que trabajan con un contrato serio; tampoco puede invertir más, por ende es difícil crecer, pero el Estado es ciego y hasta bruto, porque sigue apostando al crecimiento de un aparato público que ya parece caerse de ineficiente, en vez de fomentar el emprendimiento particular que generará empleo, que es al fin de cuentas, el único referente de crecimiento económico real. Es tiempo de que los bolivianos nos demos cuenta que ya es momento de dejar de alentar a los viejos políticos de siempre y es preciso fomentar en nuestros hijos la consciencia necesaria de formar emprendedores, porque Bolivia necesita emprendedores, ya no más políticos.

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