Laberinto de miseria

Cada semana los columnistas de los distintos medios impresos del país, cual pescadores sin fortuna, vamos buscando insistentemente los temas que serán digeridos en los espacios que gentilmente nos ceden los distinguidos periódicos del país; muchas veces hacemos leña para nuestras hogueras tomando los periplos que tienen las autoridades gubernamentales o los representantes de la oposición, en muchas ocasiones dando una crítica constructiva, en muchas otras lanzando dardos envenenados por donde mejor se pueda, pero siempre con el afán de identificar, dentro del espíritu de esta noble labor, una autocrítica social que nos permita mejorar como sociedad. En las más de las ocasiones, buscamos en la noticia más importante, en aquella que fue relevante, o en la más urgente, el alimento para nuestra necesidad de escribir, y siempre se trata de identificar en ello una tarea relevante para la solución de problemas que a más de ser analizados y destripados sin piedad, permitan, bajo una lógica positiva, la identificación de propuestas o alternativas para las dificultades monumentales que hacen noticia en el país. Sin embargo, recientemente saqué la mirada de los titulares que hacen novedad y clavé los ojos en lo cotidiano, en lo regular, en la tarea del que no es autoridad, en el que no ejerce poder. Realizando esta labor identifiqué que existen muchas cosas, que no son noticia importante, que no reflejan el titular apremiante, pero que son igual de relevantes para mejorar como sociedad, y es que son las actividades cotidianas, las cosas del día a día, las actitudes comunes que tú, yo y nuestros vecinos cometemos, las que hacen daño a nuestro país. Así vemos; en el conductor que no respeta el paso de cebra, en el peatón que no cede el paso a la mujer embarazada, en el candidato que ensucia los postes de la ciudad, en el transportista que maneja irresponsablemente, en el que paga por la roseta de inspección, en el funcionario público que escapa de su oficina para asuntos particulares, en el político que no es honesto, en el que busca la reelección indefinida, en el que no respeta la fila, en el que engaña, en el que no estudia, en el que es grosero y, en fin, en el que reproduce los males endémicos de una sociedad que se consume a sí misma; al verdadero responsable del atraso del país. Le planteo un desafío querido lector, salga mañana de su casa y trate de hacer las cosas bien, no le pido nada extraordinario, sólo cumplir, de manera básica, su rol de buen ciudadano: no tire la basura en la calle, salude a los demás, sea respetuoso, maneje responsablemente, trabaje bien, haga lo que se supone debemos hacer siempre. Verá cómo esta diferencia hace de esta sociedad un lugar mejor. Porque pareciera que vivimos en un laberinto de miseria y nadie quisiese salir, porque somos buenos para quejarnos de todo y de nada, pero no estamos dispuestos a hacer lo básico para lograr una sociedad mejor.

Comentarios

  1. Muy buena apreciación, nos falta mucha civilización y educación en el país y somos bastante quejumbrosos pero nada de hacedores.

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