El Che, en la vereda opuesta

El 9 de octubre de 1967, Ernesto Guevara era asesinado por las fuerzas militares bolivianas. Moría allí la persona del hombre leyenda, de aquel que posaba en las fotografías con el infalible habano cuyo humo parecía envolver la realidad para trocarla en la fantasía de la revolución posible, del guerrero poseedor de la boina azul y de la melena abundante en cuya mano no temblaba la metralleta de la insurrección. Su imagen, adoptada como símbolo revolucionario en los setenta, ha perdido peso y fuerza en un mundo que, desde hace ya mucho, ha recorrido senderos contrarios a su ideología. A pesar de ello, varios jóvenes aún sueñan con su lucha de ideologías, ignorando que cuando se habla de establecer focos de insurrección como forma de lucha contra el orden establecido, se habla de muerte, se habla de inestabilidad y de restricciones a las libertades civiles. Por eso aquella estela romántica de revolucionario sacrificado debería ser medida en su real dimensión, la cual, seguramente, hoy le encajaría más en una visión de terrorista que de héroe. El mundo ha girado a un camino que no hubiese, seguramente, querido el Che, y desde la China Popular, hoy uno de los principales productores del consumismo mundial, hasta la gigantesca Rusia, que puede hoy disfrutar de hamburguesas capitalistas en el corazón del Kremlin, vivimos definitivamente un panorama diferente, y si bien aún persiste un populismo de izquierda, bien saben los líderes de los Estados que no puede dejarse de lado la lógica de la democracia liberal, porque es la única que pareciese permitir una cierta sostenibilidad. Por estos motivos, resulta negativo y hasta absurdo que se inviertan recursos en rendir homenaje a quien ahora el Gobierno considera un héroe, y si bien es evidente lo afirmado por el Presidente de nuestro país, en sentido de que hoy Bolivia sería “totalmente diferente” si el guerrillero argentino cubano no hubiera muerto ejecutado por nuestro ejército, tenga por seguro mi querido lector que hubiese sido una diferencia en sentido contrario, un hundirse en el pantano del socialismo y un enfangarse en la tiranía de la censura. Por eso es que el Che está en la otra vereda del mundo, en la que suena bien como mito, pero que no es la que da la certeza y estabilidad de la realidad.

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