Un buen baño de letras

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo". Seguramente el lector ya habrá reconocido las líneas iniciales de la obra cumbre de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, libro publicado el año 1967 y que constituye un texto base para todo amante de las letras; la novela, impregnada en hermosura y complejidad, precisa de una buena capacidad de lectura, misma habilidad que, hoy por hoy, y gracias a un estudio publicado por el Instituto de Estadísticas de la UNESCO, vemos ausente en más de la mitad de los jóvenes de América Latina y el Caribe, mismos que, aún a pesar del desarrollo tecnológico, carecen de los niveles suficientes para ser aptos en lo que a capacidad lectora refiere. Éste grupo humano, compuesto por 19 millones de adolescentes, concluye los esforzados años de formación secundaria sin obtener de manera óptima los recursos esenciales para entender lo que leen. Si colocamos dichos datos en porcentajes, tenemos que un 38% de los jóvenes y niños presentan ésta falencia, cifra triste en relación al 14% de Norteamérica y Europa, más o menos similar al 31% del este y sudeste asiático, y más optimista que el 57% de Asia occidental y norte de África, o el deprimente 88% de África Subsahariana. ¿Qué hacer entonces? La directora de las institución responsable de estos estudios, Silvia Montoya, afirma que se precisa mayor capacitación a los maestros para atender características específicas del nuevo estudiantado, resolver complejos problemas de infraestructura, evitar las pérdidas de días de clase por paros u otras causas, entre otros temas; sin embargo de ser válidos todos estos argumentos, creo yo, que un elemento fundamental para mejorar ésta falla es recuperar el hábito de leer, y éste debe retornar de las mano de los libros y los dispositivos electrónicos de lectura, buscando, como siempre se hizo, aquel viaje maravilloso por las páginas de las novelas y los cuentos, no pretendiendo devorar libro tras libro, sino persiguiendo degustar, detalle a detalle, cada página, cada párrafo y cada palabra, obteniendo en cada bocado, la riqueza literaria de las palabras bellas. Pero para que esto funcione es preciso adiestrar con el ejemplo, y esto no sólo es tarea de los profesores y las instituciones educativas, el modelo ideal de lector deberá partir por crear el hábito de leer en el hogar, y eso sólo se logra con padres lectores, con familias amigas de las letras y con mentes abiertas; sin embargo de ello, muchas veces preferimos evitar la cena fastuosa de literatura porque nos resulta más fácil ingerir la comida chatarra del celular, la sencillez del argumento de la novela televisiva o el abundante contenido que a diario vomita Internet. Pero no todo está perdido, bien afirmaba Mario Vargas Llosa en el inicio de su Elogio de la lectura y la ficción (en ocasión de aceptar el novel de literatura el año 2010): “Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio”. El desafío es sencillo, la pregunta es clara: ¿estamos predicando con el ejemplo?, se viene la Feria del Libro y no habrá mejor ocasión para darnos un buen baño de letras. (Imagen tomada de archivos públicos de Internet)

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