Ni izquierda ni derecha

El año 1792, en Francia, el poder se desgarraba entre los Girondinos y los Jacobinos. Los primeros propugnaban la preservación de la monarquía y los valores de antaño, en tanto que los segundos eran representantes de una visión revolucionaria que inicialmente llevaba en alto los principios de libertad, igualdad y fraternidad, y que, a la postre, terminó en el abuso de un periodo histórico conocido como El Terror. En aquel entonces, los Girondinos se sentaron a la derecha del rey, quedando a la izquierda los Jacobinos, y desde ese lejano tiempo aquellas ubicaciones físicas reflejaron las actitudes contrarias, las posturas ideológicas enfrentadas, expresando a la derecha como el pensamiento que se opone a los cambios y que se apoya en la estabilidad de lo existente, y dejando para la izquierda el cambio político y social. Muchos años pasaron ya desde aquel lejano siglo XVIII, y los conceptos de izquierda y derecha han evolucionado hasta la visión actual de relacionar a la una con el socialismo y al otro con el capitalismo. Sin embargo, el mundo actual es un tiempo en el que las ideologías poco interesan, porque se impone lo práctico, lo esencial y lo necesario. Hace aproximadamente 10 años, América Latina vivía un giro a la izquierda que se reflejaba en la presencia sólida de gobiernos de tendencia socialista. Hoy, con la elección de Sebastián Piñera en Chile, América Latina da un giro que la pone mirando a la derecha, dejando como únicos países con un gobierno de corte izquierdista a la maltrecha Venezuela (aplastada por el régimen dictatorial de Nicolás Maduro) y a Bolivia (maltratada por los afanes de poder ilimitado del presidente Morales). Como un segmento de centro izquierda, quedan los gobiernos de Ecuador y Uruguay; asumiendo la tendencia liberal Brasil, Colombia, Perú, Paraguay, Argentina y, por supuesto, Chile. Este salto de vereda se da porque las sociedades no terminan de entender que ninguno de los extremos es bueno, ni el socialismo utópico que no sabe manejar la economía, ni el capitalismo salvaje que no respeta a la persona, porque la senda real del desarrollo se encuentra al medio, en un equilibrio constante en el cual se confíe en la institucionalidad y se respete la ley, que excluya el caudillismo de aquellos que se consideran los elegidos para mandar, y que piense únicamente en las necesidades objetivas del pueblo, demandas que deberá satisfacer con un manejo económico prudente.

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