¿Cuándo nos volvimos tan indiferentes?

Durante muchos años he disfrutado el carnaval de Oruro. Siendo niño, resultaba increíble ver cómo los diablos y personajes de las leyendas se hacían realidad en el antruejo de Los Andes y, ya mayor, me encantaba compartir con los amigos y bailarines. Desde siempre la festividad ha adolecido de problemas de organización que eternamente surgían como hongos: mal manejo económico, limitantes en la hotelería de la ciudad, escasa capacidad urbana ante una festividad de tamañas proporciones, falta de apoyo gubernamental, la ruta, las vivanderas, las graderías, etc. Todo ello va dentro la falta de previsión que muchas veces debemos afrontar en el país por la falta de gestión técnica y la mala voluntad política. Pero ahora se cierne sobre nosotros la sombra de un mal mayor que cada vez se incrusta más en nuestra forma de ser: la indiferencia. Ya hace unos años la caída de una pasarela dejó luto y dolor sobre la misma ruta del carnaval, pero aun así, tras limpiar el lugar, el baile siguió. Este año, a poca distancia de la festividad, la muerte se pronunciaba nuevamente y la fiesta parecía no inmutarse. Es evidente que suspender el carnaval no enmendará en manera alguna la desgracia acaecida, pero es innegable también que es una contradicción moral el que unos estén bailando mientras los otros están embadurnados de dolor. Comprendo que se deba considerar la inversión en los trajes, las infinitas horas de ensayo, la gente que viajó solo para esta ocasión, la base económica que representa esta fecha para el pueblo orureño, la riqueza folclórica y cultural de una festividad única en su género, y, por supuesto, la fe y la devoción que en muchos inspira la Virgen del Socavón. Sin embargo, en estricta justicia, se debe admitir también que la festividad del carnaval se ha transformado en una celebración de excesos, que muchos de los bailarines danzan embriagados para continuar borrachos en las fiestas de las fraternidad y que continúan entonados cuando se visten los vistosos trajes, y que para gran parte de los espectadores lo importante no es lo cultural sino el desborde de libertades que terminan en muchas otras desgracias a las que tristemente ya estamos acostumbrados. Me duele, como orureño, ver este nivel de insensibilidad, y me aterra, como padre, pensar que nuestra sociedad va camino a la indiferencia absoluta. ///////////(Imagen tomada de: https://directivosygerentes.es)

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