Corrupción y nuestra realidad


La Real Académica Española hace referencia a corrupción como la acción o efecto de corromper, que a su turno bien se interpreta como alterar y trastocar la forma de algo, echar a perder, depravar, dañar, pudrir, sobornar a alguien con dádivas o de otra manera, viciar e incluso oler mal.
A lo largo de la semana que termina amanecimos un buen día con una noticia que, en el fondo, todos sabíamos: “Bolivia está en el grupo de los más corruptos” rezaba el titular de Los Tiempos y se basaba en los datos que Transparencia Internacional había presentado recientemente en Berlín en un informe llamado Índice de la Percepción de la Corrupción 2009. En este informe descendíamos 18 puestos, desde el 102 que habíamos ocupado – ya tristemente – el pasado 2008 hasta el puesto 120 – más triste aún -.
Este Índice se realiza considerando una serie de encuestas (con una escala de 1 á 10), en tanto mayor sea la transparencia (entendida también como lo contrario a la corrupción) un país tiene un índice menor. En pocas palabras el país menos corrupto tiene mayor nota y el más corrupto tiene notas bajas. Se trabajó sobre 180 países del mundo. En el caso de América Latina se aplicó a 31 países de los cuales solamente 5 tuvieron una puntuación superior a 5 (es decir en la mitad positiva de los datos), los otros 21 países tuvieron puntuaciones que indican que la corrupción es un problema demasiado serio como para olvidarlo.
Más allá de estos índices y sus significados, la corrupción para el ciudadano de a pié es fácilmente identificable cuando sabemos que ante un policía de tránsito (“varita”) podemos “negociar” un monto a cambio de que éste se haga al de la ”vista gorda”, que la policía nacional en identificaciones es un martirio, un maltrato a la ciudadanía, que si no se acude a un “tramitador” (por darle un nombre decente) se debe de estar en fila desde la madrugada para que se pueda atender el trámite de tan vital documento de identificación. A ese “charle”, a ese “timbre de aceleración” es lo que llamamos corrupción, por eso es que cuando debe efectuar trámites ante instancias públicas bien sabe que se encuentra sujeto a manoseos, mal trato, propuestas corruptas y mal servicio.
Con esta realidad, vivida por la mayoría de las y los bolivianos del país, no es de extrañar que la percepción de corrupción en nuestro país esté por los pisos con un miserable 2,7 de puntuación, muy por debajo de otros países como Chile (6,7) o Uruguay (6,7) y por supuesto ni imaginar lo lejos que estamos de Nueva Zelanda (9,4) o Dinamarca (9,3).
De corrupción tenemos bastante, pero solo nos queda acudir a lo dicho por Joan Baez (cantante estadounidense) “si no peleas para acabar con la corrupción y la pobredumbre, acabarás formando parte de ella”.

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