Aquella mañana de lluvias tardías, Rosalba Guamán acompañaba a su abuelo a las infinitas oficinas de la burocracia estatal. El precario sistema público subsistía chapaleando en un pantano de aguas muertas que únicamente parecía alterarse ante la caída de una inesperada lluvia que obligaba a buscar refugio.
Joaquín Guamán y su joven nieta, siguiendo el barrido de la tempestad, se acogieron al abrazo protector de la cornisa de una puerta. Fue ahí que, codo a codo, ensombrecido por la sombra de unas nubes grises y consistentes, apareció la mirada fría de un hombre de saco y pantalón, que con cierta curiosidad pareció reconocer en Joaquín Guamán a un recuerdo muy antiguo.
ー ¿Joaquín? ーle dijo al verle con más claridad.
El abuelo de Rosalba Guamán dudó un instante, sus ojos parecieron agrandarse en una memoria de antaño y luego cayeron en un desencanto evidente: “Mario Méndez”, afirmó con un tono de voz entre seco y amargo.
El desconocido le dio un abrazo, con aires de conocedor abrió una boca que parecía nunca cansarse y empezó a hablarle de un cúmulo de logros maquillados, de recuerdos de un tiempo pasado y de vivencias políticas de las que él se sentía orgulloso. Fue ahí que la nieta se enteró que aquel hombre de canas tempranas y arrugas en flor, era aún un estudiante de la universidad, que como su abuelo cargaba 52 inviernos en sus espaldas y que recibía una serie de beneficios indebidos que manaban del abuso del poder y del juego de la corrupción.
ー Dime una cosa, Mario ーle cortó en algún momento Joaquín Guamánー ¿cuándo piensas salir de la universidad?
ー Nunca ーrespondió muy sonriente el hombre.
Para entonces ya escampaba, y un aire de humedad calaba los huesos. Mario Méndez se despidió y se marchó a sus múltiples ocupaciones y a sus estudios de morondanga.
ー Tiene los ojos del diablo ーle dijo su nieta a su abuelo tan pronto el hombre se alejó.
ー Los ojos son el espejo del alma ーle respondió Joaquín Guamán.
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(Los hechos: en mayo de 2022, a raíz de un penoso incidente con muertos en la universidad pública de Potosí, se desnuda una realidad por todos conocida: la existencia de dirigentes “dinosaurios” en las universidades públicas. Estos líderes estudiantiles perpetúan su presencia en la universidad por décadas, beneficiándose de los aportes estudiantiles, y en algún caso, incluso recibiendo un salario superior al de un rector. En este caso particular, el dirigente Max Mendoza, de la Universidad Mayor de San Simón, de 52 años de edad, es señalado por pretender perpetuar indebidamente su poder a costa de manipular a los estudiantes).
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