Un Estado fuerte y centralizado

En la Francia de Luis XIV, conocido como el Rey Sol, se estilaba el centralismo de poder como un medio de control total sobre el territorio francés. En esta época, segunda mitad del siglo XVII, Europa había abandonado una extensa crisis demográfica económica y política, quedaban en la historia la Guerra de los 30 años, las revueltas de campesinos, las revoluciones y los cambios de regímenes políticos en países como Inglaterra, los problemas de los Países Bajos y otros sucesos que hicieron de este siglo un tiempo bastante complejo. Francia creció y fue poderosa, y por mucho fue el país mejor armado de Europa y contaba con una fuerza militar impresionante y una marina de guerra especializada, pero su pueblo no era libre y el disentimiento estaba proscrito. Los logros franceses de aquel tiempo se los realizó a costa de que su rey, importante personaje en el ámbito internacional y decisivo en el ámbito interno, adoptó unas políticas de centralización y unificación estatal que fueron conocidas como el Absolutismo, régimen que exaltaba el carácter mayestático de su rey y que lo entroniza como juez y parte de todo, y que por ende y lógica consecuencia, implicaba que toda voz en contrario sea acallada. En la época de Luís XIV esta política unidireccional se aplicó contra la Iglesia, contra los Estados Generales, contra los Hugotones (impuso la Unidad de Fe) y contra todo aquel que sea contrario a lo que imponía el Rey Sol. La centralización del poder es un elemento fundamental dentro la práctica y ejercicio del Absolutismo y le valió a Luis XIV, ser rey de Francia por más de 50 años. La semana que termina, el oficialismo manifestó una lectura política muy propia, en sentido de que el rechazo a los estatutos propuestos por personas afines al partido de gobierno, significaría un apoyo a un Estado central fuerte. Lectura más equivocada no puede haber y amerita un breve pero concreto comentario: En las elecciones recientemente realizadas, se hizo evidente que gran parte de la población votó contra la actual gestión de gobierno, si bien no contra una propuesta en particular expresó un descontento contra una gestión que ha manifestado sus intentos de prorroga en un mandato que se suponía limitado por una Constitución por ellos mismos aprobada. Cabe acotar que el fin de semana pasado, pocos de los electores realmente sabían lo que los estatutos indicaban y a muchos no les interesaba saberlo, y si bien el régimen autonómico, es un régimen superior que el régimen centralizado, aún cuando también menor que un régimen federal, el “no” manifestado en las urnas fue un rechazo al poder reinante. Este rechazo, a ojos de propios y extraños, debiera servir de reflexión a las autoridades en ejercicio de gobierno, para promover una auténtica democracia en la que la alternancia de poder permita un pensamiento plural y garantice la libertad de las y los ciudadanos del país.

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