Gobernada en su mayoría por dos regímenes de tendencia
izquierdista, la Bolivia del Movimiento al Socialismo supo atravesar las
últimas dos décadas aprovechando los vientos favorables de inicios de su
gestión para crear bonos y sostener subvenciones a diestra y siniestra. Su
discurso, tanto indigenista como socialista, incluyó un odio radical hacia las
élites blancoides bolivianas y sostuvo en alto un mensaje de víctima ante una
serie de enemigos de todo color (el imperio, los opositores y, en resumen, todo
aquel que contradecía al régimen).
En el conjunto de su postura, usó sin piedad ni clemencia,
un poder judicial manipulado y corrupto para perseguir y encerrar a los que se
opusieran a su poder, así como empleó su popularidad para hacer una
constitución a medida y gusto de algo que llamó: proceso de cambio.
Su ideología lo llevó a implementar un modelo de
redistribución de la riqueza, que se ocupó de dotar a sindicatos y
organizaciones afines al poder de coches modernos, sobornos y gustos
variopintos. Lamentablemente el mal llamado modelo no generaba riqueza, es más,
complicaba el camino del empresario local con dobles aguinaldos y con pesos
impositivos severos y que hasta parecían retroactivos.
Este fue el Socialismo que en su momento Evo Morales manejó
y que hoy sostiene Luís Arce.
Pero tal cual sucedió con el Socialismo de Hugo Chávez, o la
izquierda de Rafael Correa, la realidad pesó más que la ideología.
Hoy, Bolivia vive los resultados de haber abrazado el sueño
socialista y lo hace de la peor manera. Las filas para obtener hidrocarburos
son enormes, debiendo esperarse por horas para poder cargar un poco de
combustible. Varios productos (incluidos los farmacéuticos) escasean en los
aparadores y los que aún están, han subido indiscriminadamente de precio.
Todo esto llega de la mano de la ausencia de dólares, que resulta de otra
mentira que el Socialismo Masista sostuvo por varios años: la bolivianización
de la moneda, fruto de un boliviano fuerte que era capaz de enfrentarse al
dólar sin sufrir por ello. Pero la realidad es otra, ya que aún cuando el
gobierno sostiene que la moneda norteamericana tiene un valor oficial de poco
más de Bs. 6 por dólar, en los hechos no hay dólares en los bancos, las
tarjetas de crédito bolivianas no sirven de nada en el exterior y el billete de
Washington en el mercado paralelo supera los Bs. 12 (prácticamente el doble de
lo que anuncia como oficial el gobierno).
Por supuesto, el presidente no acepta que su modelo ha
fracasado rotundamente y prefiere culpar a todos antes que a él mismo,
paradójicamente Luís Arce fue Ministro de Economía del régimen de Evo
Morales.
¿Cómo saldrá Bolivia de este atolladero? La respuesta es
simple, pero dolorosa: debe usarse la economía básica, aquella que nos dice que
no podemos gastar más de lo que tenemos.
Bolivia ya no puede sostener un aparato estatal de casi
medio millón de personas, debe sincerarse con el precio del dólar y deben
dejarse de lado las subvenciones que nos mienten una y otra vez. Todo subirá,
sí, será un descalabro monumental, verdad, pero es el camino que hay que
enfrentar.
Pecaría de ingenuo si pensase que en pleno año electoral el
presidente Arce aplicará alguna de estas ideas, porque al día siguiente que
adoptase alguna, las marchas y los bloqueos de carreteras empezarían, pero no
plantearlo es lo mismo que no hacer nada.
Es que el Socialismo es bueno hasta que se acaba la
plata.
Créditos imagen:
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