Se nos muere el mundo

La Constitución Política Plurinacional reza que en Bolivia las personas tienen derecho a un medio ambiente saludable, protegido y equilibrado (Art. 33). Esta visión que también tiene su paralelo en la retórica del Presidente y de un sinfín de autoridades y que ha motivado, a su turno, la realización de reuniones en las que mucho se habla pero poco se hace, resulta insuficiente a la hora de medir el impacto ambiental que estamos teniendo en nuestro entorno natural. El mundo se nos muere, y para peor no es que sólo se muere, sino que lo estamos matando. Y este mal se extiende a escala global, y de nada pareciesen servir las reuniones internacionales que ya hace mucho tiempo se realizan alrededor del globo: Estocolmo (1972), Ginebra (1979), Viena (1985), Montreal (1987), Basilea (1989), Río de Janeiro (1992), Berlín (1995), Nueva York (1997), Nairobi (1997), Kioto (1997), Johannesburgo (2002), Copenhague (2009) o la última Cumbre del Clima en Francia (2015), entre muchos otros intentos por respetar nuestro entorno. Y en el mundo han ocurrido desastres ambientales mayúsculos, catástrofes que nos llevan a la triste conclusión de que lo peor que tiene este planeta es la humanidad. Y esa receta, ese mal de males, se repite también en Bolivia y ejemplos existen varios: el Lago Poopó, la Laguna Alalay, el Río Rocha, los daños que derivan de la mina Huanuni, la basura que cada minuto producen las ciudades del país, y un infinito listado de malos hábitos de los cuales somos responsables todos. Y están las autoridades que pareciese no pueden hacer nada, por falta de presupuesto, a veces, aún cuando sí hay plata para inaugurar canchas a diestra y siniestra, o a veces porque no les da la gana o la capacidad no les alcanza. Y está la población, que a más de marchar o reclamar (o, como yo, escribir) nada más hacemos; y vivimos amarrados a nuestras obligaciones, a pagar la renta, a cumplir con el trabajo, a dedicarnos al cotidiano vivir mientras se nos muere el mundo. Así transcurre cada día, envueltos en el morbo del caso Zapata, en las ambiciones desmedidas de un presidente que pareciera no acabar de entender que “Bolivia dijo no”, en la pelea con Chile, en la corrupción, en los bloqueos, en los intereses sectoriales. Y estamos aburridos del Presidente Morales, del Vicepresidente García, de los ministros de estado, de los dirigentes sindicales, de los líderes sectoriales, de la oposición, del vecino que deja su basura en la calle, de aquel que estira la mano y deja caer del vehículo basura y de todos los que somos pasivos en un tema que es demasiado importante como para dejarlo de lado. Si la naturaleza pudiese demandarnos, todos seríamos sujetos de ser acusados de asesinato. Recuperar la laguna, limpiar el mundo, respetar a otros seres vivos, sería solamente el inicio de una larga lista de obligaciones que nos enseñarían que nosotros no somos los dueños del mundo y que solo somos una parte, una parte muy pequeña de un entorno mayor al cual deberíamos respetar más.

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