La pesadilla del Imperio

Bolivia, país de montañas altas y nevadas, atravesada de valles ricos y llanos fértiles, un país situado en el corazón de América del Sur, bañada hasta el tuétano de una imagen de pobreza y marginalidad, embadurnada de un caos cíclico que la etiqueta de inestable y politizada en esencia y en ausencia, somos en pocas palabras un país pequeño en un horizonte enorme. Hace unos años hemos iniciado, como país, un proceso autodenominado del “cambio”, discurso político que tuvo sus buenos réditos en la campaña gloriosa del (también autodenominado) primer gobierno indígena, discurso que hoy en día se arrastra por los pasillos del poder entre sollozos de pesadumbre ante el desafío evidente de lograr una victoria futura sin el que fue su caudillo: Evo. Y si bien se han postergado las negociaciones del poder para un mañana aún por venir, es evidente que ya los líderes lanzan sus primeros globos de ensayo, sus “no me brindo ni me excuso”, sus “el pueblo decidirá”, sus infinitos juramentos de fidelidad y sus afanes de humildad que en el fondo reflejan la ambición que el ser humano tiene por naturaleza en su corazón, y lo que hasta hace poco parecía imposible se vislumbra ahora como el retoño tímido pero vivo del otoño del partido del cambio. Pero a pesar de esos brotes pequeños pero certeros, que no son otra cosa más que las señales claras del resquebrajamiento del poder, nos seguimos inyectando la dosis letal de que somos la “pesadilla del Imperio”, o del que somos “ejemplo de desarrollo”, pues en realidad somos sólo un remedo de adelanto, un calco aparente que no deja de ser hueco porque progreso real es que el empresario privado genere empleo, que el exportador ingrese capital efectivo, que la economía sea sana porque es sana y porque se vende y se compra en un mercado de libertades donde los que ganen deberán ganar y los que trabajen deberán trabajar, lo otro ha mostrado sus buenas intenciones pero no sus prácticos beneficios, y así han quedado las economías de izquierda inundadas de espanto y terror desde las repúblicas soviéticas, pasando por la hermosa isla del Caribe cubano hasta la Venezuela ensanchada de falsos beneficios que promovió el extinto Hugo Chávez y hoy mal heredó Nicolás Maduro en una suerte de carrera por saber quién jodió más al país. Porque así nomás no había sido, porque la economía es cosa seria y el progreso puede inflarse una y otra vez pero llegará un punto en que reventará y en el camino nos arrollará a todos A nivel de progreso y desarrollo lejos estamos de ser la pesadilla del Imperio, así como lejos estamos aún de un perfeccionamiento real. Sin embargo, y a pesar de las evidencias, para los altos jerarcas del gobierno de turno somos el plato principal del menú mundial, ignorando en sus alucinaciones de trasnoche del poder, que a lo sumo somos el limón cortado a la mitad que olvidamos en el espacio destinado a los huevos en el refrigerador. Quizás cuando dejemos de embriagarnos con los tufos de la autoridad y nos veamos en la desnudez de la realidad, podremos priorizar lo importante y dejaremos de lado las canchitas de fútbol y construiremos más hospitales y tendremos calles más seguras y la gente tendrá servicios básicos y un sinfín de otros temas que los que ejercen el poder tienden a ignorar sistémicamente cuando hacen horas nalga en el trono del poder.

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