El calor de aquel septiembre valluno, prólogo del retorno a la eterna primavera cochabambina, traía las alfombras violetas de los árboles de temporada que dejaban sobre las aceras tonos coloridos y vivos. Amada Jacaranda, que solía enamorarse del olor de la primavera al sentir la fragancia de los Paraísos, no esperaba pasar la tarde del feriado del 14 de septiembre esperando la santa gana del presidente del Estado. Mientras ella y cientos de otros cívicos esperaban la hora del desfile, el mandamás del poder hacía gala de su verba y su imaginación, relatando las venturas de su gestión y evitando las realidades que adrede ignoraba. ー ¡Qué falta de respeto! ーse escuchaba de un lado y del otro entre los representantes de la prensa. ー ¡Qué calor! ーse oía cada cierto rato en las filas de las instituciones. ー¿A qué hora empieza esto? ー preguntaba el representante del sector de los discapacitados. ー Empecemos de una vez, ¿acaso desfilamos por las autoridades? ーreclamaba Amada Jacaranda, que por entonces fungía como secretaria general del sindicato más joven de la ciudad. Ahí, en ese momento sublime, mientras sus afiliados lo pedían sin hablar, fue que Amada Jacaranda se dio cuenta que civismo no era un desfile, que amar a la patria no era caminar por las calles con un estandarte; que era más cívico trabajar y producir, no bloquear y respetar, ser honesto y educado y, finalmente, ser un buen ciudadano. Con aquella claridad y sin sentimiento de culpa, mandó al mismísimo demonio a las autoridades de turno y a los políticos de siempre y se marchó con su estandarte por delante, tratando de percibir el agradable olor a los Paraísos y seguida de los afiliados de su sindicato, sintiéndose todos más patriotas que aquellos que aún estaban macerándose al sol en aquella tarde de septiembre.
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