Tras varios minutos de perorata, finalmente Marcial Ersilia
cerró la boca. No lo hizo porque hubiese terminado de hablar, cosa que no
estaba cerca de suceder, pero sí lo hizo porque justo instante antes había
tenido el susto de su vida: sin aviso previo ni alarma previsible, la luz de
toda la capital se ausentó en un santiamén que se hizo eterno.
En aquel momento el conocido político daba una abundante
entrevista a la cadena nacional de noticias en el frontis de un hermoso
edificio público, y sus desbordantes palabras, que parecían demolerlo todo,
quedaban eclipsadas por un apagón imprevisto y certero. Fue entonces que él
pudo ver de primera mano cómo la preocupación se convertía en temor y cómo el
orden conocido pasaba a ser parte de un pasado que se hacía remoto.
Como muchos otros, caminó un poco y quedó asombrado de
identificar cuán dependientes eran todos de la electricidad. En el momento en
que los fantasmas de la especulación y los temores de la paranoia empezaron a
corroer su cerebro, se lanzó a hablar ante la gente que allí estaba. Como viejo
político, sus palabras fueron de crítica dura para con los ajenos, y de
alabanza exagerada a sus afines. Fue entonces cuando un anciano se le acercó y
le dijo:
ー El que sabe no habla, el que habla no sabe.
El político se calló, por la sencilla razón que el
octogenario tenía razón, porque Marcial Ersilia no era más que otro de los
tantos políticos que se pasaban la vida criticando al opositor y alabando el
propio pan.
Sin embargo, tras aquel rostro de senador de antaño y debajo
de esas ropas de funcionario petrificado, Marcial Ersilia sólo era otro
miserable más, un hombre embadurnado en las prisas de la vida, tratando de
aprovecharse de aquello que se cruce a su paso.
Quizás por este trasfondo de mortalidad, fue que le dolió
tanto lo que le dijo aquel anciano, y de pronto por eso, es que decidió volver
a buscarlo.
Lo halló en El Retiro, el parque más grande de la ciudad, a
pocos metros de la estatua del Ángel Caído. El sujeto contemplaba con serenidad
los detalles de la estatua y parecía ver más allá de los perceptible.
Como todo ciudadano de hoy, Marcial Ersilia estaba apurado y
esperaba solamente sacarse la espina de no saber quién era aquel octogenario y
qué sentido y razón encerraba su mensaje.
ー ¿Quién eres? ーpreguntó el trajinado político.
El anciano le miró con esos ojos de sabio que suelen tener
los más viejos, pero no respondió. Marcial Ersilia se impacientó, poco
acostumbrado a la indiferencia, reclamó porque aquel viejo le estaba haciendo
perder el tiempo.
ー Quien está apurado, nunca llegará a ninguna parte ーle
replicó el veterano.
Marcial Ersilia, se molestó e insistió en su interrogante.
Entonces el hombre le respondió:
ーLa mejor manera de gobernar es dejando a la gente en paz.
Enfadado, el senador reiteró su pregunta con énfasis y
señalando cada palabra con mayor entonación, pero el anciano dijo:
ー Un gobernante sabio gobierna no por la fuerza, sino por
el ejemplo-
Más irritado que incómodo, Marcial Ersilia, repitió su
pregunta, pero el ilustre viejo respondió nuevamente algo que él no esperaba:
ーSaber que uno no sabe es lo mejor.
El añejo senador explotó en un solo acto de frustración,
acusó al viejo de burlarse de él y se marchó a paso acelerado por donde vino.
Marcial Ersilia nunca sabría que aquella tarde había perdido
la posibilidad de frenar sus ambiciones y salvar su vida, porque aquel viejo
era una especie de reencarnación de un hombre muy antiguo, que en su tiempo y
era, supo identificar que la vida debería ser como el agua: adaptable y siempre
fluyendo, pero nunca dañando al otro.
Mientras el político se marchaba, para seguir haciendo de su
país lo que le venga en gana, el viejo sabio afirmó:
ー Quien no es feliz con poco, no lo será con mucho.
Créditos imagen: https://www.larazon.es/
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