Francisco, un Papa diferente

Esta semana el papa Francisco visitó nuestro continente. Su primera visita oficial fue a Brasil en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. Su presencia se salió de los clásicos cánones del protocolo. El considerado, por definición, como Vicario de Jesucristo en la Tierra y a la vez Jefe de Estado del Vaticano, se mostró nuevamente humano, amigo, hermano. En suma, ejerció su carisma latinoamericano, tan propio de esta región, tan simple, tan cercano y a la vez tan sabio. Ver a Francisco con la ventana baja, dejando que la multitud le vea y él pueda también verles, besar a la mandataria brasileña Dilma Rousseff o un sinfín de actitudes de sencillez, son parte del cotidiano de un Papa que dista mucho de la imagen de poder que ronda a su jerarquía. Lejos queda la imagen del Papa León I (440-461) con poderío absoluto, se contrasta mucho de lo observado en autoridades de su nivel y rango internacional. En vez de eso, tenemos la dicha de presenciar un jerarca más humanizado, un líder que acepta que “hasta el Papa tiene pecados… y muchos”. Es, en palabras simples, un Papa diferente. La Iglesia Católica, es una de las entidades más reconocidas del mundo entero, sus obras de servicio llegan a los lugares más distantes y sus programas son mantenidos con disciplina y alta calidad; los colegios e instituciones donde la filosofía católica es impartida se caracterizan por la promoción de valores universalmente aceptados, alta calidad académica y sobre todo un sentido de servicio social que permite la formación de buenos ciudadanos. Sus relaciones con las entidades políticas es ante todo de respeto, diálogo, y más de una vez ha sido precisamente la Iglesia Católica la que ha servido de nexo (mediador) entre partes en conflicto. En la actual gestión gubernamental, la Iglesia Católica ha sido objeto de ataques sistemáticos por parte de un gobierno que se autodeclara socialista (aún se recuerda las acusaciones de “discriminación” contra la Iglesia por parte de Llorenti en septiembre de 2010, los ataques de Gustavo Torrico en abril del mismo año acusando a la Iglesia de “corrupta” porque ésta se atrevió a referir que en Bolivia existían cárteles de droga, o las mismas palabras del Presidente cuando afirmaba que la Iglesia es un “instrumento de dominación” en noviembre de 2008, y muchas otras referencias en las que las autoridades de gobierno se han declarado abiertamente enemigas de la Iglesia Católica). Llama la atención, quizás por esto, que el Presidente pretenda asistir a la misa de despedida del Papa, sin mencionar que ya antes era motivo de incomodidad que el Mandatario asista a festividades de tinte religioso, sabiendo que es un crítico absoluto de la religión. No sé si tacharlo de estrategia política para no perder votos de una sociedad mayoritariamente católica, si es simple y llana hipocresía o si es un extraño y raro proceso de conversión de última hora. Si el Presidente asiste a ver la misa que dará Francisco, esperemos que adquiera una auténtica vocación de diálogo, un espíritu de unidad, y se centre más en unificar que en separar. Si ello sucede, la visita de Francisco nos dejará mucho más de que alegrarnos.

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