¡Carajo no me puedo morir!

Primero partamos por dejar claro que la palabra “carajo” por sí misma no nace realmente como un insulto, y que su origen remonta a aquella expresión en la que se hace referencia a la parte de un barco, para ser más específicos la denominada Vela mayor, que era el lugar donde más se sentía el movimiento del barco y por ende uno se mareaba con mayor facilidad, y que recibía precisamente esta denominación. A raíz de esto es que surge la expresión “¡vete al carajo!” dirigida como un castigo al marinero que era regañado o sancionado. La connotación ya en calidad de interjección de enfado o sorpresa, ha ganado numerosos adeptos a raíz de la propaganda que, inicialmente vía la televisión, ha llegado a la población y en la cual el candidato Samuel Doria Medina refiere “Carajo no me puedo morir”, luego de ello y gracias al nuevo rey de las comunicaciones, el Internet, se ha viralizado y son infinitas las imágenes en las que se hace referencia a dicha expresión. El “Carajo no me puedo morir” refleja en mucho, el grito de esperanza ante la desgracia o problema inminente, desde las más simples interpretaciones hasta las más complejas situaciones, dicho grito resulta un reflejo de lo que muchos podríamos sentir en un país en el que cada cierto tiempo uno siente que ya no se puede vivir, pero en el cual, y a pesar de las complejidades que tenemos, amamos seguir. Y así lo pensamos, porque carajo no podemos darnos el gusto de morirnos cuando existen aún deudas que pagar, cuando el costo de vida ha subido y la calidad de la misma sigue igual o quizás peor, cuando falta el trabajo, cuando sobra la pobreza y el hambre, e incluso cuando nos damos cuenta que cada uno de los ciudadanos de este país somos co-responsables de lo que sucede, ya sea por no cuidar, ensuciar o simplemente no interesarnos en el país, sus calles o sus jardines. Por no respetar las leyes, por ser incapaces de dialogar, por no poder atender las necesidades y demandas de una población que por sí misma es bipolar, por ser muy poco racionales y dejarnos llevar por la pasión de bloquear, golpear o maltratar. Así somos culpables todos por un sinfín de conflictos en los que a diario nadamos y hasta los vemos como algo “normal”. Por eso es que la expresión estos días difundida, es no solo popular, sino adecuada para reflejar una realidad en la que cotidianamente debemos pensarla o mínimamente sentirla. Y es que Bolivia requiere de un cambio paso a paso, ordenado y equilibrado, sin radicalismos ni ideologías extremas, necesitamos una estabilidad que – por el momento – pareciera difícil de obtener. Dicho cambio debe contemplar transformar nuestra forma de ver las cosas, dejar de ser mezquinos y pensar en un futuro posible para nuestros hijos, un mañana de estabilidad y crecimiento. No un futuro en el cual todos deban estar con la certeza de saber que no se pueden morir en paz porque aún existe mucho por resolver. No ingreso en el análisis sobre si le será o no favorable al candidato Doria Medina lo popularización de dicha frase ya que prefiero quedarme en la directa reflexión, en el paso inicial de todo proceso de cambio, el que no se da en las leyes, el que debe nacer de uno mismo.

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