Un país inmaduro

Nada sería tener que soportar el paso lento del tiempo que parece no hacer mella alguna en la forma que tenemos de pensar, lo realmente difícil es escuchar las aseveraciones de verdad absoluta que salen de los labios de los cientos de giles y miles que nunca aceptarán que en sus espaldas está el presente y no el futuro de una sociedad que marcha demasiado lenta como para creer en un mejor mañana. Y sucede porque la gran mayoría de la población vive enceguecida por sus propios miedos, por un irrefrenable deseo de que sean otros los que decidan por uno y por un entierro general del criterio y la tolerancia. Fruto de esto es que se arma monumental alboroto ante propuestas que no debieran parecernos más que los pasos necesarios hacia una sociedad que no está llegando, sino que está ahí, pero no quieren verla. La propuesta de dar paso a cierta flexibilidad en el tema del aborto es un tema que ha levantado el polvo de antaño en las estructuras antiguas del pensamiento y cuyas reacciones no sorprenden, pero sí siguen decepcionando por lo arcaico de su postura. Porque no deberíamos estar discutiendo el caso particular para permitir este tema, sino deberíamos estar viendo el mejor camino para garantizar el derecho de la mujer a elegir, porque ese es el tema de fondo, porque no es una lucha entre asesinos y defensores de la vida, es una disputa por permitir que ellas elijan, por darle voz y voto a la que llevará el prominente vientre por nueve meses y que hipotecará su vida para siempre, la que sufrirá los malestares del proceso de gestación y la que soportará los dolores del parto. Pero lejos estamos de tocar aún con claridad y con criterio técnico, evitando las pasiones y vendas que nos pone la misma sociedad y la religión, temas como el derecho a morir, los derechos de las comunidades LGTB y otros tantos temas que hoy se nos hacen difícil de entender, pero que ya están aquí, y deberíamos de ir rompiendo los moldes de discriminación e intolerancia que nos impiden ver al otro como lo que son, personas humanas simples y llanas, más allá de sus preferencias sexuales, de sus decisiones sobre un cuerpo que les pertenece, de su creencia religiosa y su color de piel. Porque en tanto ello no suceda seguiremos siendo una sociedad inmadura, y sólo cambiaremos cuando tú, yo y los que nos rodean, podamos ver al otro con los ojos de la igualdad.

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