Bolivia, inundada de corrupción.

Triste resulta poder afirmar que en nuestro país la corrupción siempre ha estado presente. Fue materia de alarma en los gobiernos tradicionales y es también motivo de preocupación ahora en el autodenominado Gobierno del Cambio. Porque tendríamos que ser muy tontos, para negar que en casi todas las entidades estatales se manejan negocios camuflados bajo normas que pueden ser maleables y cuyo resultado es la contratación del amigo, del que da la coima, del que soborna, del que puso para la campaña. No es un secreto que en los procesos de licitación, en las contrataciones de todo tipo, en la provisión de bienes y servicios y en varias otras actuaciones, el Estado ha resultado ser un pésimo administrador. Sin embargo no administra su dinero, sino el nuestro, porque a través de los impuestos que nos asfixian cotidianamente se manejan montos millonarios, ingentes cantidades de riqueza que bien podrían tener mejor destino que el bolsillo de los poderosos. Porque nos faltan hospitales, colegios, servicios básicos, ítems, etc. Porque en vez de que la burocracia estatal crezca quisiéramos que el país se desarrolle. Pero lamentablemente así perdemos recursos que bien podrían mejorar los diferentes niveles de administración en los que se desenvuelve el país. Podríamos quizás exigir una policía profesional, bomberos bien equipados, menos trámites burocráticos, más resultados. Pero no es así, porque desgraciadamente, los ciudadanos de a pie estamos atados de manos, porque estos negocios se los realiza entre gallos y medianoche para encubrir ante la opinión pública los malos manejos que desde siempre han existido. Y no sólo lo afirmo yo, sino que los índices de Transparencia Internacional nos ubican como un país en el que se ha incrementado la percepción de la corrupción (somos el puesto 112 de un total de 180). Elementos como la transparencia, la institucionalidad e independencia de poderes, la rendición de cuentas, el respeto a la ley, el acceso a la información y otros, resultan relevantes a la hora de medir nuestra posibilidad de luchar contra la corrupción. Y no hay nadie a quien acudir, porque si hablamos de la administración de justicia, ya está demostrado que solamente sirve para ser punible con los que están contra el poder de turno, y la población en su conjunto no confía en un ente tan descarriado. Y seguimos así, solos y abandonados en nuestra desgracia mientras Bolivia sigue inundada de corrupción. (Imagen tomada de archivos públicos de Internet)

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