Nosotros hemos puesto los muertos

Lesther Alemán, un muchacho de 20 años, estudiante de comunicación social de la Universidad Centroamericana de Nicaragua, le dijo a Daniel Ortega - sin anestesia previa - que demandaba su renuncia, porque tras los conflictos de los últimos tiempos (en los que se han perdido más de medio centenar de vidas) ellos habían puesto a los muertos, ellos habían puesto a los desaparecidos y a los secuestrados. La retórica, alta y clara, caló hondo en un mundo en el cual no solamente los estudiantes nicaragüenses deben de soportar el frío aliento de la muerte cada vez que los gobiernos de turno pretenden imponer por la fuerza lo que no han logrado por la razón. Esta fórmula, triste y aterradora, la aplicaron en su momento los gobiernos de todo el mundo, independientemente de su ideología, pues ya sea el poderoso de la izquierda o de la derecha, bastaba su sola orden para para imponer por la bala lo que el pueblo rechazaba en las calles. Porque basta con tener el poder una vez para no querer soltarlo nunca más, basta oler la satisfacción del poderío para comprender la necesidad de la coacción. Hoy, viviendo el otoño de los regímenes populistas que en su momento formaron el ALBA, que otrora entronaron a Hugo Chávez como el mesías del Socialismo del Siglo XXI, y que al presente han elegido la violencia como medio de sostenerse en el poder, resulta fácil entender por qué los unos persiguen las desmedidas reelecciones infinitas y porqué los otros aprietan tan fácilmente el gatillo contra el pueblo. En Bolivia también el pueblo ya ha puesto sus muertos, y aún a pesar de que en su momento Evo Morales anunció que asumiría el mando de esta empobrecida nación con la convicción firme y segura de tener un “gobierno sin muertos”, al presente ya son más de 80 los fallecidos que se cargan sobre los hombros del gobierno del MAS. El último fue el pasado día jueves, un estudiante de primer año de la UPEA fue alcanzado por un proyectil que le quitó la vida. Más allá de la justo o injusto de los reclamos sociales, es evidente que la aplicación de la fuerza como medio de represión, siempre tendrá un mal resultado. Isaac Asimov, solía afirmar: “la violencia es el último refugio del incompetente”. Tenía razón.

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