Cochabamba devorada por el caos

Basta caminar por las calles y avenidas de nuestra ciudad para notar que el caos comercial ha devorado la racionalidad y el sentido común. El desorden abunda y lo podemos ejemplificar de un modo muy sencillo: en las aceras el comercio informal campea a sus anchas, y bien puede ser el vecino al que se le ocurrió poner su puesto de venta de empanadas o puede ser el ambulante que se instala en la vía pública para poner a la venta lo que crea prudente; sea cual fuere el caso, la obstrucción vial es una realidad, y no la sentimos mucho porque estamos acostumbrados a vivir en el caos, pero se la siente más cuando uno es un adulto mayor, usa una silla de ruedas o es un padre con el coche de su bebé. Pero la cosa no termina ahí, porque incluso los comercios formales hacen de las suyas, así tenemos a diestra y siniestra los letreros que ofrecen esto o aquello, o los productos que se venden que pueden ser desde prolongados tubos hasta estantes completos. Sea cual sea el caso el orden está ausente, y bien puede verse esto en el centro de la urbe (ya por hoy consumida por el comercio informal), en las intersecciones de las avenidas más importantes o en las puertas de entidades públicas. A diferencia de nuestro país, en las naciones del primer mundo el orden es prioridad en sus vidas, y si bien existen intentos de comercio informal, al menos se hace sentir también la autoridad que evita su masificación. Así pasa en Europa por ejemplo con los llamados "manteros" (denominados así porque sobre mantas colocan sus productos para vender y de ellas también se valen cuando aparece la policía para evitar su actividad y ellos deben escapar costal en hombro) quienes perciben en experiencia propia que no es lo mismo desorganizar lo que bien ordenado está. Tristemente en Bolivia no es ni remotamente así, porque no miento cuando digo que basta que se tolere que cualquier vecino instale su carrito en algún lugar para que luego crea que ese es su derecho consolidado, y que después forme su asociación y posteriormente se asegure su ilegalidad como algo legal; o que inclusive en inmediaciones de la policía nacional se estén vendiendo productos piratas a vista y paciencia de todos. A eso estamos acostumbrados, a lo ilegal, a enaltecer lo informal frente a lo formal, a perseguir con impuestos al que genera empleo y a no exigir nada al que incluso vive del contrabando. Cochabamba se está convirtiendo en tienda, cocina y baño, y nadie hace nada al respecto.

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