El sueño de Emilia

 


Una gota de sudor se deslizó por su frente y se depositó en la almohada que para entonces ya era más un nido de ácaros que un depositario de su cabeza. 

Abrió los ojos y parpadeó tres veces, su cuerpo estaba cansado, agotado, irritado y fastidiado por una noche de sueños surrealistas que la habían devorado en cuerpo y alma. 

Se incorporó, tras suyo una estela de sudor empezó a evaporarse en sus sábanas de juventud mientras un cono de luz se empezaba a proyectar por la ventana de su apartamento. 

Se fue al baño aún escuchando el bombo de su corazón. Tras zarandear su propia existencia y darse una ducha, se secó el rostro con la toalla que le regalaron la navidad pasada, fue ahí que empezó a ordenar sus ideas y recordó con claridad meridiana el complicado sueño que había tenido.

Soñó que vivía en un país cargado de irrealidades, un lugar en el cual hace poco más de un año un pueblo se había enfrentado a otro pueblo para bajar del gobierno a un hombre devorado por las ansias de poder. Un sitio en el cual la mitad de la gente opinaba diferente a su otra mitad. Un lugar donde la justicia se vendía a quien se apoderaba del asiento del poder. Un espectral sitio cargado de numerosos pueblitos olvidados y con nueve ciudades pobladas por infinidad de personas buenas, que sin embargo eran expertas en odiarse entre sí. 

ー ¡Qué sueño más raro! ーafirmó Emilia mientras continuaba secándose el cabello.

De inmediato, como si estuviese entrando en un trance, a su mente acudieron las imágenes de unas calles curvas y estrechas, empinadas hacia el norte y en franco declive hacia el sur, rutas que parecían  tanto de subida como de bajada y que iban cargadas de bailarines con caretas que simulaban diablos rojos y negros, con osos blancos o grises que seguían obsesivamente a un cóndor negro en cuyo pico moría una y otra vez una serpiente verde. Más atrás unos hombres negros, enormes y rollizos, marchaban por los mismos senderos arrastrando unas cadenas de injusticia que les provocaban vomitar las lenguas corroídas por el dolor. En otra calle unos ángeles con espadas brillantes se enfrentaban con unos ancianos con ponchos rojos y latigos que querían degollar unos perros negros. Al horizonte, delante de unas montañas nevadas que ocultaban el sol, iban unas alpacas gigantescas con patas largas y estiradas en cuyas pezuñas se incrustaban biblias españolas que aplastaban hojas milenarias recién masticadas.

ー Espero nunca tener que vivir en un lugar así ーafirmó nerviosa Emilia y salió de su departamento en dirección a su trabajo. 

A su salida se topó a pocas cuadras con un grupo de vecinos que bloqueaba su ruta en demanda y exigencia de no sé qué reinvindicación, más allá un grupo de jóvenes ensayaban un baile para una nueva y reiterada festividad folclórica, a poco de llegar a su trabajo vio preocupada como un grupo de políticos peleaba con otro con gritos a voz en cuello y finalmente escuchó en la radio cómo los nuevos candidatos eran, en realidad, los mismos políticos de siempre maquillados con la cal del olvido.

Emilia se exasperó y cuando llegó por fin al ascensor que le conduciría a su trabajo de ejecutiva de alto nivel, volvió a recordar su sueño y se dijo nuevamente para sus adentros:  «qué bien que no vivo en un lugar así».



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