Con la muerte respirando en la nuca



Algunos dirán que la responsable fue la vida misma, aunque otros afirmarán que fue realmente el destino bajo alguno de sus astutos disfraces, quien los había separado desde la época en que solían jugar de pantalones cortos y chapoteando en el lodo de una calle vieja y olvidada que era, a la vez, cancha de fútbol y escenario de las más épicas batallas de lodo.

Niños aún, Álvaro Chávez y Juan Rincón, compartían de todo incluso las enfermedades, así fue que juntos se contagiaron de paperas, varicela y hasta casi se mueren por el cólera cuando la diarrea se los llevó por delante.

Los recuerdos, aún burbujeantes en el mar de memorias que cada uno poseía en lo más profundo de su ser, no podían sin embargo unificar sus criterios ahora que eran adultos. Con cuarenta y pico años cada uno, después que sus senderos se separaran en algún momento del pasado, se veían frente a frente casi irreconocibles. Una noche, por un desliz de la existencia, se cruzaron y reconocieron en el lugar menos esperado: la sala de espera de un hospital.

Ambos iban acongojados y preocupados, porque la esposa de uno y la concubina del otro estaban a punto de morir por un virus maldito que ese año había decidido detener todo.

Tras las explicaciones iniciales y ante la prolongada espera comenzó una conversación larga y contradictoria:

—¿Y a qué te dedicas ahora? —preguntó Álvaro Chávez que ya para entonces empezaba a recordar que de tanto trabajar no había comido nada desde el desayuno.

—Soy gerente de una agencia de banco —respondió Juan Rincón mientras dejaba caer su voluminoso cuerpo contra el espaldar de una silla que apenas parecía sostenerle.

—¿Y cómo es que un gerente como tú termina en un hospital público y no acude a una clínica privada? —cuestionó Álvaro Chávez.

—No había espacio —respondió el banquero con un tono de desazón— ante este virus no hay ni ricos ni pobres.

—Te aseguro que sí los hay —afirmó Álvaro Chávez— en tanto tú podrías sobrevivir a una cuarenta mirando Netflix y bebiendo vino, yo vivo al día a día, si no vendo hoy mañana no como. Para peor soy cliente de tu banco y les debo una fortuna, porque en esta vida para hacerte una casita tienes que endeudarte y pagar intereses astronómicos.

—Alégrate —le respondió su amigo— parece que les darán seis meses más sin pagar sus deudas, al menos de algo eso debe servir. Pero ojo que están matando la recuperación de la economía, sin fondos los bancos no podrán acomodar más créditos y aquellos que deseen prestarse dinero tendrán que cumplir más exigencias.

—¿Pero quién quisiera prestarse dinero en este tiempo? —respondió Juan Rincón— si todos estamos más jodidos que la vida misma.

Los viejos amigos se miraron detrás de los barbijos y sus ojos ya no eran los de los infantes que otrora jugaban en una calle que más parecía un lodazal.

Ambos tenían razón, pero lo peor era que la muerte les respiraba en la nuca.


(Imagen tomada de: https://greatman.tv/2018/12/18/men-and-tears/)

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