El poder corrompe

 


ー Profesor ーconsulté aquella mañana de sol radiante, yo era una de las mejores estudiantes del curso y todo se lo debía a ese hábito útil de preguntar cuando tenía alguna dudaー. ¿Por qué si Montesquieu estableció el principio de la independencia de poderes pasa lo que pasa hoy en el país?

Evidentemente mi profesor se incomodó ante la cuestionante, pero yo sé que dentro suyo él sabía que yo me refería al eterno presagio por el cual las naciones eran gobernadas por el poder y no por el pueblo. No era noticia reciente que la política pesaba más que el voto en las urnas y que la corrupción actuaba como un gigantesco pulpo cuyos tentáculos penetraban en todas las instituciones vivas de la sociedad. 

Atroz había resultado que en las crisis más recientes, ante la caída del régimen derrotado, los órganos que se suponen más independientes actuaron con servidumbre plena ante quienes entonces asumieron el dominio; y para mal de males, ahora que el poder cambiaba nuevamente de dueño sucedía lo mismo, pero al revés. 

Con el mejor timbre de voz que pudo encontrar, mi profesor respondió:

ー Lo que pasa es que hemos perdido la democracia para siempre.

ー Pues hay que encontrarla ーse burló Antonio Zeballos, el bromista del curso.

ー No se haga al vivo Zeballos ーle advirtió mi profesor con una sonrisa que no pudo evitarー me refiero a que el poder corrompe.

ー Entonces eso significa que no podemos confiar en ninguna institución porque sencillamente no miden con la misma vara a todos ーdijo Rafaela Parra, mi mejor amiga.

ー Es aún peor ーdije yoー usan varas altas para los que se les oponen y usan varas pequeñas para sus afines.

ー Puedo entender que el poder ejecutivo y el legislativo tengan una influencia política fuerte, pero el órgano judicial debería ser siempre independiente ーse animó a participar el siempre callado Felipe Molina.

Un silencio incómodo inundó el ambiente, todos sabían que la teoría se perdía en la penumbra de la corrupción.

ー Mínimamente el órgano electoral se salva entonces ーplanteó Sandra Aguilar, que miraba atenta cómo el coro de voces subía en tono y efusividad.

Ante la contagiosa emoción, Juan Bustillos, mi profesor, se animó a cuestionar al sistema.

ー ¡El país está inundado de corrupción! ーgritóー los políticos se regocijan en el fango del dinero mal habido como puercos en su lodazal. 

» ¡Ninguno se salva! ーaseveróー desde el más viejo hasta el más joven son todos una punta de corruptos. 

Nunca olvidaré esa emoción, ese grito de absoluta sinceridad; pero tampoco olvidaré jamás que en el momento cumbre de su rebeldía, abrieron la puerta del curso y llegó desde la sede de gobierno el memorándum de destitución del profesor Juan Bustillos. 

La orden, con instrucción de cumplirse de inmediato y con copia y archivo público, se ejecutó de inmediato. 

Jamás volví a ver al profe Bustillos, pero sus enseñanzas estarán conmigo siempre. 


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