La frustración de Diosdado Romano



Al cuarto día de espera había tanta ansiedad en el abuelo, que Diosdado Romano se vio obligado a buscar a un revendedor para poder adquirir un lugar en la fila de trámites para Derechos Reales, no había otra posibilidad porque entre la calentura provocada por una fiebre que esperaba no sea causada por la peste y la ausencia de un costillar al cual hincarle el diente, la reprogramación del crédito de la casa ya se hacía urgente.

La vida misma se veía triste desde el inicio de la pandemia. Las esperanzas y proyectos del pasado habían sucumbido en la pestilencia de un caldo hecho de cenizas y cuarentenas que era el reflejo abrumador del presente. Diosdado Romano necesitaba el registro de Derechos Reales para acogerse a un beneficio que el gobierno nacional otorgaba a todo aquel que vivía agobiado por la desproporción de unos intereses que eran mucho más álgidos que cualquier pago a capital.

Bolivia era un país de filas interminables que solían empezar en las madrugadas y que daban una atención frustrante que solía perderse en la diáfana campaña comunicacional estatal. No hace mucho Diosdado Romano leyó que por 500 pesos alguien te hacía la fila y podías realizar los engorrosos trámites necesarios para subsistir. Asustado por aquella cantidad de pesadilla, Diosdado Romano corrió en busca de Lizandra Pérez, su mujer, que en ese momento cocinaba las lentejas sagradas de todos los días y le comunicó que esa noche él mismo iría a hacer la fila para poder tener una de las diez fichas que diariamente se repartían.

El jueves, cerca de la medianoche, Diosdado Romano se fue a hacer fila cubierto por un abrigo que le llegaba a los tobillos y que le protegía de una incesante lluvia que caía sin parar. A eso de las dos de la mañana, hecho una piltrafa y absorto en sus pensamientos, vio pasmado cómo un grupo de gente apareció y en base a amenazas amedrentaron a quien se le cruzó en el camino y se pusieron delante de la fila.

ー ¡Váyanse al carajo! ーvociferó Diosdado Romano.

Llevando un diente en una mano y arrastrando el cuerpo con ayuda de la otra, tropezando con los eternos baches de las aceras y sosteniéndose de los postes de luz, llegó a su hogar a eso de las tres de la mañana para contar que en franca lucha había perdido compostura y sitio en la fila de su desdicha.

Diosdado Romano, sin entender, tuvo que escuchar la mañana siguiente los reclamos insidiosos de su propio padre, que amparado en la sabiduría de sus canas le dijo que más valía la pena pagar los 500 pesos de aquella mal simulada extorsión en vez de perder la salud o la vida en semejante vaina.

La prudencia le llegó a Diosdado Romano por obra y gracia de la abnegación y bajo el dolor reiterado de los varios huesos que llevaba rotos y los muchos músculos que tenía adoloridos. Apurado por el hambre, una fiebre que le alteraba el pellejo y una burocracia que nada espera y nada considera, Diosdado Romano tuvo que comprar un sitio en 500 pesos a los mismos que cuatro noches antes le habían roto la vida por un carajazo insolente pero justo.



(La imagen fue tomada de: https://es.123rf.com/imagenes-de-archivo/fila_de_espera.html?sti=lhtucxmjfnwqpv9v90|&mediapopup=69108483)

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