La vaina de los transportistas




Aún en sus últimos años, cuando ya levantarse de cama era una odisea para alguien decrépito como él, cuando para animarse demandaba el jarabe de médula y la fricción con ungüento de lagarto, se empeñaba en afirmar que los transportistas, incluido su compadre Facundo Ramirez, eran una vaina. En la casa sencillamente pensaban que el abuelo estaba trastornado, pues pensaba que los chóferes eran dueños y señores de la ciudad.

Evaristo Portillo no tenía sino que recordar la fecha para identificar el momento y el lugar exacto en que los transportistas habían bloqueado la ciudad por esta o por aquella causa. Noventa y dos años tenía el viejo cuando declaraba que en toda su vida había dado la vuelta al mundo cuarenta y ocho veces, y más de dos décadas venía afirmando que la tierra era redonda y que en otras latitudes el transporte público era cosa del Estado y no de un sindicato de matones trasnochados.

ー Lo que pasa ーsolía afirmarー es que en el norte hay una isla que tiene buses rojos de dos pisos, y que hay grandes ciudades con trenes que corren incesantes por debajo la tierra recogiendo gente de aquí para depositarla más allá, y que en otras latitudes las distancias exigen que incluso se usen trenes para ir a sus casas. En cambio aquí te subes como puedes a un micro más chatarra qué coche para llegar a tu destino más muerto que vivo. 

ー El abuelo ya está chiflado ーmurmuraba en voz baja Eugenia Portillo, su hija.

En pocos años, sin esfuerzo, Evaristo Portillo se había ganado la fama de loco. La proliferación de sus ideas chocaba de frente con la realidad de un país en el que el autotransporte hacía y deshacía a placer, amenazando por todo y por nada, bloqueando y agrediendo sin límite y en los hechos decidiendo si pasaba o no algo. 

Todo se fue al carajo cuando un  año llegó la peste y las autoridades cerraron todo con candados de cuarentena y con aldabas de miedo. Fue por este tiempo que Evaristo Portillo vio que por fin todos, incluso su compadre transportista, cumplían las normas. Fue por miedo por supuesto, porque la gente se moría y los gallinazos estaban al pendiente de los que enfrentaban sin barbijo el gélido aliento de la parca. 

Poco duró aquel temor, porque tras los primeros meses de encierro, llegaron los reclamos de una realidad económica lacerante y los revoltosos otra vez hicieron de las suyas, incluidos claro, los transportistas y sus vainas. Por eso fue que los encierros posteriores ya no funcionaron, por eso Evaristo Portillo supo que tenía razón y que eran ellos, y no otros, los que manejaban los hilos de la situación, y no importó cuánto lloró su compadre Facundo Ramírez al enterrarle, porque ni con el oxígeno comprado tras dos días de fila, ni con la deuda dejada a sus herederos, se solucionaba el hecho de que al país lo manejan quienes no deben. 



(Imagen tomada de: https://www.google.com/url?sa=i&url=https%3A%2F%2Fm.facebook.com%2Fdocumentalmilapaz%2Fposts%2F291706954794249%3Flocale2%3Dne_NP&psig=AOvVaw2ZcqvajMIjmU12ReKkNVHk&ust=1624378524454000&source=images&cd=vfe&ved=0CAsQjhxqFwoTCLDFmtuPqfECFQAAAAAdAAAAABAI)

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