Cuba Libre



Por esa época, murió la revolución. No murió por las marchas de aquel julio del año de la peste, tampoco se dio el gusto de morirse por el desahucio al que le condenó el poder, había muerto ya hace mucho de muerte natural, arrastrado por la dictadura disfrazada de socialismo y por los miles de muertos con los que se atragantó la tiranía de los Castro.

Rubén Ustariz miró a Lucinda Villarroel, su mujer. Ambos vivían desde siempre en el corazón del barrio de los pobres, pero aún recordaban con claridad el tiempo aquel en el que el sueño socialista golpeó con fuerza en aquella América meridional. Por aquellos años sus cuerpos eran hierbas jóvenes y fraganciosas, hoy sus rostros estaban consumidos por el paso de las décadas y el peso del dolor. Sus cuerpos se habían convertido hace mucho en uvas pasas plagadas de cicatrices que se extendían hasta perderse bajo el blanco plata de sus cabellos.

— La izquierda no funciona — afirmó resignado Rubén Ustariz.

ー Tampoco la  derecha ーrespondió Lucinda Villarroel.

ー Sólo les falta la losa sepulcral para que sea el mismo diablo el que se los lleve ー sentenció el hombre con el corazón cocinándose a fuego lento.

Para ambos era imposible concebir que las ideologías no podían solucionar las dificultades del día a día. Agobiado, Rubén Ustariz se dirigió a la esquina del cuartito donde había amontonado los libros de sus años de estudio y que todavía conservaba como un recuerdo de un tiempo nostálgico. Exiliado de sus sueños de la juventud, agotado de una realidad cargada de tinieblas, recordó a su padre despotricar contra las ideologías porque no llegaba a entender que la gente se mate por algo que no se podía tocar.

Rubén Ustariz y su mujer pertenecían a aquella generación que hace mucho soñó con el sueño comunista y que, con el paso del tiempo, vieron como del socialismo utópico se pasaba a la dictadura victimizada en cuestión de un par de palabras. 

ー Es un contrasentido ーafirmó en voz baja Rubén Ustarizー se suponía que los zurdos iban a instaurar un régimen de libertad y ajeno a la pobreza.

El ánimo de su corazón, cargado de pesadumbre, se sintió socavado por el ímpetu de saber que la revolución de antaño no era más que una excusa más para devastar los derechos civiles y políticos de los que pensaban distinto, para someter a diestra y siniestra y para deleitarse con el poder sin límites.

Lucinda Villarroel, su mujer, adivinando sus pensamientos le dijo: “Acuérdate siempre que aquel que abraza al poder pierde su alma” y con un aire de realidad acotó: “Ya no pierdas el tiempo, debemos salir a vender o no tendremos para comer”.


(Imagen tomada de: http://www.eusebioleal.cu/tribuna/que-sentido-tiene-la-bandera-de-una-nacion/)


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