La sensatez de Vidal Urriaga

 


Era inevitable, la lucidez de su memoria solía emerger justo en el momento indicado como la margarita que quiebra el muro para abrirse ante el mundo. «Es como si no tuviera esa maldita enfermedad», afirmaba Celedonia Urriaga, su hija. Desde la mañana de abril en que no se acordó cómo se llamaba el café hasta la tarde de octubre en que olvidó por completo el nombre de sus hijos, Vidal Urriaga Coscojuela había atravesado distintas etapas de aquella enfermedad que borraba los recuerdos y arrasaba con las memorias. «Nada se puede hacer», oyó alguna vez mencionar al médico de cabecera de la familia. «Es degenerativo, lo lamento», le oyó afirmar en otra ocasión. Él sabía que lo suyo era algo terrible, inexplicable y doloroso. Al principio, cuando olvidaba el nombre de cosas elementales, solía fingir falsos rencores y promovía engañosos resentimientos, todo para evadir la responsabilidad de asumir que ya no recordaba el nombre de la tetera o la hora de la cena. 

ー Lo que pasa ーdijo a sus hijos una vezー es que me estoy muriendo, y ustedes no quieren decirme.

Sus hijos montaron un espectáculo de explicaciones y justificativos innecesarios, arguyeron por principio moral que el cariño no se negocia y nunca se debe dudar de él, aseveraron con convicción que su finada madre así lo hubiese querido y finalmente admitieron que la pestilencia del olvido estaba incrustada en el cerebro de su padre y que aquella masa gris de ideas y pensamientos poco a poco iría secándose hasta convertirse en un terreno árido y desolado.

Vidal Urriaga Coscojuela los tranquilizó con una sonrisa, y temiendo olvidarse lo que iba a decir, aseveró: «No se preocupen, yo estaré siempre para las cosas más importantes».

En efecto así fue, cuando Vidal Urriaga Coscojuela perdió contacto con la realidad y olvidó hasta los horarios de usar el urinario y la función esencial del papel higiénico, estuvo aún presente para poner el consejo seguro en la hora más urgente.

Fue por casualidad que se descubrió tamaña facultad. La primera vez fue a fines del 2019 cuando los campesinos anunciaban la quema de las ciudades y los vecinos querían inundar las calles de vidrios rotos para poder defenderse. «Su objetivo no son las casas», dijo esa vez, «ellos quieren destruir a la policía». Tal clarividencia se repitió cuando llegó la peste y todos se volvieron locos por ducharse en alcohol y por lavar con lejía la comida del mercado. «El bicho se transmite de boca a boca, basta con que se laven las manos y usen bozal», afirmó esa vez. Igual fue cuando le leyeron con nombres y apellidos la lista de los políticos de turno y los definió sin tapujos: «son unos maleantes». Asi, como esas, decenas de ocasiones dio el aviso oportuno para el corazón destrozado o para la cura del cólico persistente.

Igual pasó hace unos días, cuando quisieron derribar la estatua de conquistador. «Debieran de estar reclamando porque el país sane sus heridas en vez de hacer vainas», afirmó, y luego calló hasta la siguiente insensatez de este hermoso país.


(Se reconoce y agradece la imagen de: https://www.psicoactiva.com/blog/alzheimer-la-enfermedad-del-olvido/ )

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