El presagio



El presagio de los naipes terminó por aturdir el virtuoso sentido racional que la caracterizaba. No en vano ella fue siempre aquella intelectual que supo despedazar las letras más intrincadas y desmenuzar los libros más exquisitos. Sin embargo, ni aquella mortificadora sabiduría ni aquel consolidado criterio la prepararon para el aspecto de las sombrías calles del centro de  Nardo.

Para entonces el hambre que emanaba del cúmulo de harapientos que adoquinaban el barrio de los pobres podía mascarse en el aire. Sin embargo la menospreciada  voracidad quedó relegada a migajas cuando se impuso el típico olor a miseria, un tufo  mezcla de tristeza y oprobio que se extendía entre el manto de desgraciados que extendían la mano en una hilera interminable de desazón.

Mariana Bustillo Mujica no lo pudo evitar, metió la mano al bolso y sacó una moneda para uno y luego un centavo para el otro, pero cuando se le acabaron los recursos y vio que la masa de manos implorando crecía en lugar de disminuir, empujó como pudo y huyó del pantano de pobreza en la que chapaleaban los pobres del pueblo. 

Más tarde descubrió con asombro que en las calles adyacentes todos vendían lo que podían, algunos con sonoros gritos de «aquí es más barato que allá» o con el discurso de «esto es más sano que eso».

Desde la llegada de la peste todo se había descontrolado, ni los muertos ni los injuriados caminos de la cura parecieron servir de algo, porque aún a pesar de todo intento la crisis estaba aquí y estaba para quedarse.

Mariana Bustillo Mujica recordó entonces el aviso certero de los naipes. Rememoraba como ayer el día aquel en que acudió a  la calle de las brujas para buscar a  la gitana cuya colaboradora era una negra con labios de chorizo que le condujo por el pasillo cargado de espejos hasta el ambiente donde la mujer más arrugada del mundo puso los naipes y le dijo:

— Viene la muerte.

Al principio no la entendió, porque primero pensó que la mujer le anunciaba su propia muerte, y estaba a punto de cuestionarse cómo era que ella estaba en semejante vaina, cuando la bruja complementó: «te la escupirán en la cara, la masticarán en tu comida y te la pasarán en la bebida».

Escamoteando pasiones al lúgubre rostro de la pobreza, supo identificar más allá de sus recuerdos y logró reconocer que la miseria no era sólo producto de la peste presagiada en la lectura de los naipes, sino que ese era sólo el pretexto del hoy para justificar lo que ya sucedía ayer.

En Mariana Bustillo Mujica despertó una certidumbre brutal: «la pobreza sólo es una de las armas de la muerte».



(Imagen tomada de: https://www.zerofoxtrot.com/products/ace-in-the-hole-pack)

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