1824



Cuando en 1824 los españoles fueron expulsados de América, la trastatarabuela de Vicenta Condori tuvo una visión reveladora: «nunca tendremos paz, nunca”, afirmó en esa ocasión poco antes de sucumbir ante la calentura. Para entonces setenta y cinco hispanos habían pasado por su inquebrantable lecho buscando el amor roto o la esperanza del regocijo, ninguno de ellos sobreviviría a los asaltos comandados por los libertadores.

Aunque muy poco le interesó la captura del mismísimo virrey La Serna y casi nada se enteró de lo que significaron las batallas de Junín y Ayacucho para la causa independentista, sí le provocó una insalvable ansiedad el hecho de que sabía que perdería a sus mejores clientes.

Torturada por un futuro que no entendería ni conocería jamás, la mujer no llegaría a saber que su premonición era cierta, pues décadas después de la desbandada española todavía persistiría una prolongada desazón por los lutos provocados por las maniobras astutas de los políticos de turno. Ya no eran europeos contra indios o colonos, esta vez se embrollaban los de tierras bajas contra los de tierras altas, los de la ciudad contra los del campo, los de la derecha contra los de la izquierda. Poco importaría entonces las primeras campañas de Tupac Amaru y las políticas de exilio a las que se sometió a los realistas, porque los unos y los otros usarían todo pretexto para pelear.

La mañana en que Vicenta Condori sentiría la ansiedad irrefrenable de la indignación, repetiría la actitud histórica de sus antepasados, vería la malicia del insulto, desacreditaría las coartadas suspicaces y soltaría el prolongado discurso de discriminación. Fueron días  de agitación que recordaron a propios y extraños cuán dividido estaba el país. Todo pasó porque alguien no  quiso que el otro ponga una bandera en un lugar que no correspondía.

ー No se preocupe, comadre ーle había dicho en aquella ocasión su compadre Pérfido Suárezー déjelos, luego los vamos a despedazar con el peso de nuestra justicia.

Vicenta Condori tronó de rabia y se puso roja de cólera, juró por su trastatarabuela que semejante ultraje no iba a quedar impune y amenazó con quemar el pueblo entero si es que no se enmendaba tamaña injusticia. Al día siguiente, camuflada entre la masa de adeptos al régimen, fue a poner decenas de banderas en el frontis de la gobernación.

ー Esto es un disparate ーafirmó su hija Silveria, una muchacha que ya cursaba la universidad y que no se dejaba engañar con el discurso de la ideologizaciónー ¿acaso no somos todos hijos de una misma tierra?

La mujer midió a su hija con una mirada de desprecio. «Tú nunca entenderás». Le dijo cortante y se fue.

Vicenta Condori jamás comprendería que su trastatarabuela nunca necesitó de una bandera para saber que la unión era la fuerza y en la vida entendería que su hija ya era parte de una nueva generación que estaba fastidiada de las peleas de la anterior.


(Imagen tomada de: https://www.discovermagazine.com/the-sciences/the-mystery-of-extraordinarily-accurate-medieval-maps)

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