La tierra, el viejo y la niña

Cuando el abuelo Palermo se disponía a encender el pajonal para incendiar la tierra, su bisnieta Rosalía no pudo evitar plantear una pregunta sincera: «Abuelo, ¿por qué estás matando al mundo si mi maestra dijo que debemos cuidarlo?»

ー ¡Sólo esto me faltaba! ーrespondió resoplando el viejo ante la pregunta de la nieta, fastidiado por la conciencia ecológica de la niña, el hombre se agachó y la miró fijamenteー ¿Y quién me va a preparar la tierra para el sembrado? ¿tu profesora? ーle preguntó de mala manera el hombre.

Palermo Agustín había pasado los 80 años edad justo en el tiempo de la peste, en esos días en que las malas lenguas contaban que en la ciudad la gente se moría en las calles. Cuando él se enteró no creyó en aquellos cuentos de terror y su respuesta fue simple: «debe ser el calor».

Un hombre como él no estaba dispuesto a aceptar que una mocosa que aún no había dejado de mojar la cama le venga a dar sermones. «Maldita la hora en que mis hijos se hicieron jailones», masculló.

Pocos recuerdos le quedaban a Palermo Agustín de aquel tiempo en que su mujer se rompió el lomo vendiendo la producción agrícola que él trabajaba de sol a sol. Por eso era que él no tenía memoria del instante en que sus hijos dejaron el azadón y lo cambiaron por los libros, peor aún del momento en que sus nietos se transformaron en medioambientalistas de poca monta.

— La juventud se está ablandando —afirmó.

Palermo Agustín no pudo prender el fuego que tenía preparado, no por el mensaje a la conciencia que le lanzó su nieta, tampoco porque se hubiese arrepentido de intentar arrasar con el pulmón ecológico de la región, pero sí porque cuando se disponía a hacerlo sintió una aguda punzada en la espalda.

Su nieta no pudo irse sin decirle que le quería mucho, pero le reiteró —con énfasis en las palabras más importantes— que si seguía dañando a la Madre Naturaleza algo malo le pasaría.

El viejo sonrió de mala gana y despidió a su hija y a su nieta con el brazo en alto.

Palermo Agustín se fue a dormir sin saber que no volvería a despertar, nunca se enteraría que la peste lo devoraba desde hace tiempo, desde aquella ocasión en que decidió ir a la  festividad patronal de turno y se negó a usar el bozal que aconsejaba el sentido común.

Cuando el sol nació y el viejo no pudo cumplir su promesa de quemar la tierra para la siembra, una brisa fría atravesó la sierra e impactó en el rostro de la nieta de Palermo Agustín. Era un suspiro de alivio.

ー Quizás la peste es la forma en la que el mundo se defiende de nosotros ーpensó.

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(Imagen tomada de: https://es.123rf.com/photo_71822047_el-%C3%A1rbol-fue-quemado-hasta-la-muerte-por-la-mitad-y-la-otra-mitad-todav%C3%ADa-est%C3%A1n-vivos-follaje-verde-exuber.html)

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