Al caer la tarde, Ramón Suárez miró a su esposa y exhaló un suspiro. No un aliento de romance ni un hálito de pena, como pudo haber sido y efectivamente fue en otro tiempo, sino una exhalación más propia de la decepción y el desamparo. Su mujer, Rubí Antezana, que para entonces conocía bien todos los tipos de respiración de su marido, identificó de inmediato la carencia de su pareja.
ー ¿Qué te pasa? ーle preguntó.
ー La vida es una porquería ーrespondió el hombre que para aquel noviembre ya tenía cumplidos los 52 años.
Ramón Suárez sabía bien que su respuesta estaba incompleta, rota y carente de sentido, y sabía también que su mujer no iba a aceptar tamaña afirmación sin exigir, además, una explicación consistente sobre sus pesares.
Ambos se conocían tan bien y tanto, que de las aflicciones más profundas habían rescatado los anhelos de libertad más sinceros, los adulterios mal encaminados y las rabietas injustificadas, por ende se conocían palmo a palmo, tanto como era posible identificarse en las sombras y ante la urgencia de los años de reconciliación.
Principalmente por eso fue que Ramón Suárez pestañeó un poco y empezó a comentarle a su mujer que estaba harto de las peleas de los unos contra los otros, de los paros y los bloqueos, de las miserias y las estupideces. Larga hubiese sido su cháchara si no fuese que su mujer se levantó y le tapó la boca con la punta del índice: «Calla», le dijo.
ー La vida no es una porquería ーle replicóー los que son una porquería hedionda y maloliente, mil veces pisada y mil veces rechazada, son los políticos ーaclaró.
Para aquel momento la noche caía en el valle, y el clima cálido y amable daba paso a la danza de las luciérnagas que deambulaban iluminando el paso de los mosquitos. Corta hubiese quedado la noche, porque para mencionar motivos y ejemplos habían abundantes historias cargadas de políticos de una y otra ideología, líderes de este y otro tiempo y de latitudes tan lejanas como cercanas, que eran detestados por sus mañas y sus delitos. Si los políticos habían demostrado algo al mundo, era su ineptitud, su total incapacidad y su vehemente inmoralidad.
ー Entonces ーdijo Ramón Suárez mirando fijamente el vuelo de las luciérnagasー todo es culpa de ellos.
ー No ーreplicó su mujerー la culpa también es nuestra, porque la memoria del pueblo es corta y muchas veces votamos por esa porquería.
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