El ingenuo, la corrupción y la inspección vehícular



Las circunstancias que habían de darle el golpe fatal a la poca fe que aún tenía Ramón Aruquipa, llegaron al amparo de una obligación inesperada y aburrida. Por aquel tiempo él solía discutir a la sombra de los árboles por la escasa confianza con la que sus compadres hablaban del país y de sus instituciones. 

ー ¡Lo que pasa es que ustedes no creen en su patria! ーsolía reclamar.

ー ¿Cómo puedes aún confiar en estos maleantes? ーle reprochaba su amigo de infancia Armando Sotelo, refiriendo un sinfín de ejemplos en los que incluso los más pintados eran descubiertos recibiendo la coima del uno o el favor del otro.

En la penumbra de su casa, amparado en un compromiso sólido con el silencio, se convencía de que su país andaba mal por los pesimistas y no por los eternos corruptos.    

A finales de noviembre, una mañana de sol, Armando Sotelo se le acercó y le pidió el favor de acompañarle a la revisión de su coche. Era una actividad rutinaria, aburrida y tediosa. Años más tarde, Ramón Aruquipa atribuiría  a un aturdimiento de la existencia el haber aceptado acompañar a su compadre de toda la vida.

La mañana golpeaba con un sol pálido y seco que iluminaba el puesto de inspección frente al cual una pequeña fila de coches esperaba la revisión. Lo primero que disgustó a Ramón Aruquipa, fue que el encargado caminaba lento y suave, como alguien muy viejo, como alguien abatido. Triste le resultó ver que el andar de desgaste que apreciaba era en realidad la mala gana del oficial a cargo de la inspección.

ー Te apuesto que éste es otro de los clásicos corruptos que viven de la manga de nuestro pobre paísー comentó entre dientes Armando Sotelo.

Ramón Aruquipa no quiso aceptarlo. Movido por una ingenuidad pura y clara que heredó de su padre, pensó que todos podían tener un mal día.

Tras una hora en fila ante un sol inclemente, se sintió cansado, pero su frustración llegaría recién de la mano de un coche, más chatarra que vehículo, que se detuvo en la acera del frente. De la carcacha bajó un hombre de aspecto regular, se hubiera dicho un sujeto de tipo promedio y sujeto a los problemas cotidianos de un pueblo común y corriente. Sin preocuparse por la fila de caras largas que esperaba hace más de una hora, el conductor entró directamente a la oficina de la policía.

Precisamente unos instantes antes, Armando Sotelo se había acercado a ver la razón por la cual se demoraba la atención, y la evidencia le terminó por explotar en el ánimo y en la paciencia.

ー ¡Está comiendo! ーrefunfuñó cuando vio que el responsable de la inspección ingería a gusto su platito de la mañana.

Por natural curiosidad Ramón Aruquipa se acercó y con sus ojos incrédulos evidenció la mala atención y el empacho digestivo. El responsable comía y bebía a pierna suelta mientras la fila crecía bajo el sol. Ramón Aruquipa, movido por la justicia, se aproximó a preguntar si tardaría mucho.

ー Sí, sí, sí ーrespondió aún con comida en la boca el oficialー en un rato voy, espere no más.

Justo en ese momento, cuando él aún digería la idiosincrasia institucional, fue que apareció el vetusto transporte. Ramón Aruquipa, que en aquel momento estaba en el lugar y momento equivocado, vio desde cierta distancia como el oficial a cargo dejaba de comer para recibir dinero a cambio del comprobante de la inspección.

Con su inspección en mano, el corruptor subió a su coche, y la indignación y la sorpresa fue mayor cuando el sujeto no pudo encenderlo. «El coche ni siquiera puede arrancar y ya tiene la inspección aprobada», pensó Ramón Aruquipa. 

Ahí fue que la ingenuidad se le desbarató en las manos, y fue desde entonces que Ramón Aruquipa dejó de creer.

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(Imagen tomada de: https://www.google.com/url?sa=i&url=https%3A%2F%2Fwww.passive-income-forum.com%2Fautos-rotos&psig=AOvVaw2O-zFYCGXVTFvL8aAzE1-Z&ust=1639496535107000&source=images&cd=vfe&ved=0CAwQjhxqFwoTCMCAt-OO4fQCFQAAAAAdAAAAABAZ)


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