Tránsito Pacheco, los políticos y la ingenuidad

 

Tránsito Pacheco quedó tan preocupada con la noticia, que se lo contó tan pronto pudo a Ruperto Arias, su concubino.   

El hombre, que en ese momento ponía la tranca a la puerta, notó el rostro árido cargado de preocupación que exponía su mujer. Cuando su concubina le contó su amargura, Ruperto Arias no supo si reír o llorar.

— ¡Nuestros políticos no tienen ni para comprarse una casita! —sollozó la mujer.

Ruperto Arias era un dirigente consumado, pero no era ningún iluso, en poco más de cuatro años supo aprovechar su tiempo y había logrado titularse como abogado.

— ¿Y tú les crees? —preguntó— todos saben que ellos, como todos los que estuvieron antes en la silla del poder, pueden ser todo menos pobres.

— Pero… ¿por qué habrían de mentir? —replicó su mujer— si dicen que sus rentas no les alcanzan es porque no les alcanzan.

Fue así como Ruperto Arias supo que su mujer era tanto ingenua como solidaria, y confirmó también los intrincados vericuetos en los que los políticos suelen meter a sus seguidores.

— Mira Tránsito —le dijo— lo que voy a decirte es sólo para ti, nunca lo comentes con tus amigas y menos con los políticos de pacotilla. ¿Tú crees que pasan necesidad aquellos que se dan el lujo de dejar todo para irse a marchar el rato que les dé la gana, o que se la pasan ejerciendo como analistas sin necesidad de trabajar? ¿de veras crees que los que han vivido de tus impuestos hoy pasan carencias? pueden ser los más revolucionarios socialistas o los más radicales imperialistas, todos los políticos viven de tu dinero.

Aquel comentario, que Tránsito Pacheco sólo entendería días después, era la respuesta sincera de un secreto a voces. El sentimiento de zozobra que le incomodaría desde aquella jornada y que incluso se impondría por sobre la sensación de que todo estaba mal armado y que nada encajaba con nada, culminaría una lluviosa tarde de diciembre en la que la lucidez de la verdad terminaría por imponerse. Dos noches antes de navidad, sentada ante una tormenta que parecía inundarlo todo, sintió en su garganta el sabor insípido de la ostia pascual que hace mucho no recibía, y sin desechar la vieja costumbre de sentirse damnificada, comprendió que los políticos mentían.«No merecen la pena que inspiran», pensó para sí Tránsito Pacheco.

Durante varias horas masticó y digirió la realidad, pero como no supo identificar la naturaleza de su mal, la confundió con una indisposición del cuerpo y no con una desazón del alma, tal cual que era el caso. Por ello fue que pasó la navidad ahogada en un sofocón de espanto, ansiando que alguien le quite de en medio aquel feriado cargado de artimañas teológicas para poder visitar a su médico de cabecera.

El doctor Romualdo Pericón la examinó con sus ojos de chivo y la auscultó con sus manos de mono, concluyendo sin margen de duda que no se trataba de un caso de la peste, y que la dolencia en cuestión era fruto de un padecimiento de la moral.

— Lo que pasa —dijoー es que se le rompió la ingenuidad.


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(Imagen tomada de: https://www.google.com/url?sa=i&url=https%3A%2F%2Fpoliticstips.com%2Fpoliticos-se-vale-mentir%2F&psig=AOvVaw0bBCyB439xqJS_CPQ0RcY-&ust=1640050826578000&source=images&cd=vfe&ved=0CAwQjhxqFwoTCMDqyveg8fQCFQAAAAAdAAAAABAO)

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